A Pekín ya no le da apuro tratar de tú a tú a Washington:
Clément Inbona, gestor de fondos en La Financière de l’Échiquier

A su izquierda, Xi Jinping, secretario general del Partido Comunista de China. A su derecha, Donald Trump, presidente n.º 47 de EE. UU. ¡Hagan sus apuestas!
Sobre al papel, los contendientes son diferentes en todo. Xi es un hombre frío y reflexivo que se sienta sobre el confortable sillón de un régimen totalitario, mientras que Trump encarna una personalidad impulsiva e imprevisible. Dado que la confrontación parece inevitable, trataremos de calibrar las fuerzas en disputa.
Allí donde Donald Trump atropella a sus socios históricos y trastoca las instituciones nacionales e internacionales, Xi Jinping consolida metódicamente sus alianzas regionales. Allí donde el tío Sam se desdice de un día para otro, el poder central chino mantiene una línea recta y estable. Y, cuando Trump extiende la alfombra verde a su clan en Florida durante el fin de semana, Pekín extiende la alfombra roja a sus vecinos.
El pasado 2 de abril, al declarar una guerra comercial en todas direcciones con el fin de devolver a EE. UU. su grandeza, Trump dejó al mundo estupefacto con su método. Aunque el objetivo parecía estar claro, la estrategia desplegada para alcanzarlo no lo estaba tanto. Así, ante el caos financiero desatado, en especial en los tipos de la deuda estadounidense, se hizo necesario un «ajuste» y se declaró una tregua de 90 días para todos excepto para China, que ha tenido la osadía de plantar cara a EE. UU.
Frente a esta táctica errática trumpista, contrasta la frialdad china. Con el pragmatismo que le caracteriza, Pekín no se pone en evidencia con declaraciones frecuentes, contradictorias o cambiantes como la plana mayor de Washington. El gigante asiático simplemente devuelve golpe por golpe, sin cerrar la puerta a la negociación. La declaración que realizó el 24 de abril el portavoz del Ministerio de Comercio chino fue de una claridad meridiana: «La posición de China es constante y clara: si hay que luchar, iremos hasta el final, pero si es para dialogar, nuestras puertas están abiertas de par en par». He ahí otra señal de que Pekín ya no le da apuro tratar de tú a tú a Washington.
El enfrentamiento parece que va a prolongarse y el tiempo es una ventaja para Pekín, al que no le preocupan los plazos electorales, mientras que el calendario corre para Donald Trump con unas elecciones legislativas que podrían redistribuir el control de la Casa Blanca en el Congreso. De hecho, las últimas encuestas de opinión no dejan en buen lugar la popularidad de Donald Trump. ¿Podría eso hacerle cambiar de táctica?
En medio de la vorágine, los mercados financieros parecen meros espectadores de este duelo, oscilando violentamente al ritmo de los ataques, los intentos de apaciguamiento o los golpes de timón estadounidenses, pero más allá de la volatilidad a corto plazo que ello conlleva, la pugna parece que va a dilatarse en el tiempo y podría trasladarse a ámbitos distintos de la guerra comercial.