La perfección ofende a los dioses (yo también me equivoco)

Carlos Montero

CapitalBolsa
Capitalbolsa | 09 abr, 2021 13:29 - Actualizado: 10:01
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“Date permiso para no ser perfecto hijo”, me decía mi madre de niño mientras pulía los fogones con un estropajo. Esto me parecía bastante contradictorio. Aquellos fogones llevaban ya limpios hacía media hora, y aun así mi madre seguía restregándolos con asombrosa energía. Creo que en aquellos fogones de los 80 se sentaron las bases del método pilates.

Mi padre, sin embargo, creo que sí estaba de acuerdo en que nada fuera nunca suficientemente bueno. “Nada, nunca, suficiente”... feas palabras. Y digo creo porque la opinión de mi padre la conocía casi siempre por persona interpuesta. En ocasiones, cuando me descubría observándole como realizaba la contabilidad de su Taxi en la cocina me decía: “Tienes que dar lo mejor de ti mismo hijo”. Creo que lo de hijo lo he añadido yo, pero me gusta pensar que sucedía así.

“¿Dar lo mejor de mí mismo?”, por aquel entonces, lo mejor de mí mismo eran unas Adidas Samba, pero no tenía ninguna intención de dárselas a nadie dijera lo que dijera mi padre.

Supe realmente lo que significaban esas palabras décadas después, cuando las utilicé para dirigirme al grupo de operadores que coordinaba en un banco de inversión americano en el que trabajaba.

“¡Quiero que me deis lo mejor de vosotros mismos!”, les decía en las reuniones de preapertura, y evidentemente no me refería a sus Adidas Samba, que probablemente ninguno de ellos conocían. Demasiado jóvenes. Lo que les pedía era que me ofrecieran todo su esfuerzo y capacidad para obtener los mejores resultados para la empresa, para mí, y si aún quedaba algo, para ellos mismos. Probablemente, lo que les exigía estaba muy alejado de lo “mejor que pudieran ofrecer a este mundo”, pero en aquellos momentos, mi mundo, y el suyo, debía ser la mesa de operaciones.

Esta es una industria llena de eufemismos. Somos maestros en decorar la realidad y ofrecer a nuestros clientes el prisma que más nos interese.

"Maestros en decorar la realidad y ofrecer a nuestros clientes el prisma que más nos interese."

En estos días se suceden las reuniones anuales con inversores de las distintas gestoras. En la mayoría de ellas, el foco de atención se sitúa en lo mucho que han recuperado sus valores liquidativos desde los mínimos del año pasado. Poco se habla, o nada, de que muchas de estas gestoras llevan años perdiendo dinero para sus clientes (cobrando grandes comisiones por ello).

Reflexionemos sobre lo siguiente: Supongan que realizan una aportación inicial de 10.000 euros a uno de estos fondos boutique como les gusta denominarse. A los cinco años, tras una pandemia mundial todo hay que decirlo, esos 10.000 euros se convirtieron en 2.000, para volver a recuperar a los 4.000 euros a día de hoy. Si les pregunto a cualquiera de ustedes si en ese escenario felicitarían a sus gestores por haber recuperado el 100% desde mínimos, o les pedirían explicaciones de por qué llevan perdido el 60% de su capital en estos años, ¿qué contestarían? Probablemente la mayor parte de ustedes lo segundo. Pues bien, sorprendentemente, estos “inversores cautivos”, parecen elegir la primera opción. ¿El motivo? La esperanza.

En los mercados financieros probablemente no haya una palabra que haya hecho más daño que “la esperanza”. La esperanza es un ejercicio emocional en la que, con o sin base, se aspira a un resultado futuro favorable. Uno de los mayores problemas de “la esperanza”, es que trae consigo lo que se denomina el sesgo de confirmación, es decir, el acto por el que sólo valoramos aquella parte de la realidad que la refuerza, ignorando el resto.

El “sesgo de confirmación” se da en otros órdenes de la vida. El enamorado ve continuamente señales de correspondencia de su “potencial pareja”, aunque le esté pidiendo el número de teléfono de su amigo/a para tener una cita. “Será para preguntarle cosas sobre mí”, ensoña.

Nos gusta autoengañarnos, y hay toda una industria dispuesta a facilitarnos las cosas

Pero en finanzas este sesgo es menos comprensible. Nos gusta autoengañarnos, y hay toda una industria dispuesta a facilitarnos las cosas. Una industria que sabe vestirse para la ocasión, impostar la voz, y mirarte a los ojos con aparente sinceridad para decirte: “Yo conozco las respuestas”.

En realidad, no las sabemos, al menos muchas menos de las que confesamos, pero nos pagan para fingir que sí.

¿A quién dejarían ustedes su dinero para que lo gestionen? A aquel inversor/a que mostrándote un historial de operaciones convenientemente maquillado afirma tener un “método operativo testado en las últimas décadas” (que mal ha hecho esta expresión en la industria), o aquel otro que, de forma esta vez sí sincera, le dice que las bolsas se mueven de forma aleatoria, y que la mayoría de las veces no sabe si subirán o bajarán. Qué de vez en cuando, dos, tres, cuatro veces al año, sí descubrirá oportunidades de inversión con razonables probabilidades de éxito, y que precisamente su trabajo es estar ahí disponible para cuándo esas oportunidades aparezcan.

Como era previsible, los datos muestran que el dinero va a los primeros, a los "siempreciertos", y sin embargo, son los segundos en los que deberíamos depositar nuestra confianza. A aquellos que no fingen ser casi perfectos, y que admiten equivocarse con frecuencia. Porque de hecho todos lo hacemos. “Confía más en el hombre que se equivoca siempre que en el que nunca duda”, decía el periodista Eric Sevareid.

Esta es una industria extraña. Una industria de números, gráficos, empresas al otro lado del mundo, realidades, previsiones y explicaciones de por qué no se han cumplido. Llevo más de tres décadas en ella y me apetecía un ejercicio de improvisada sinceridad, a sugerencia, a decir verdad, de una pre-amiga que le parecía interesante y divertido un artículo en plan...-yo te aconsejo, pero mejor no esperes nada porque igual te arruinas-

"Yo incluso lo leería", añadió. "Realmente no creo que lo haga", pensé, en una muestra más de su fascinante imprevisibilidad. Y justo después de ese pensamiento, me di cuenta que por primera vez en más de 20 años publicando artículos en multitud de medios financieros, sociales y generalistas de medio mundo, este artículo lo había escrito sólo para mí. Es a mi a quién va dirigido, y me alegro de ello.

Hace poco leí la siguiente frase: “Bienaventurado el que no espera nada porque nunca será defraudado”...parece un buen comienzo. Veamos como de soleado es ese camino.

Pero no se preocupen, el próximo lunes les seguiré hablando de tipos de interés, cotizaciones, efectos de la pandemia en las cuentas de las compañías, gestores estrella, y de ojos que te dicen con absoluta sinceridad: "Yo conozco las respuestas."

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