• Tras Atlanta ya no habría más triunfos; el ciclista navarro anunció su retirada oficial en 1997
  • Fue una crono épica, competida con Olano y Boardman y contra las dudas tras el Tour de 1996

Fue la última vez que voló. La última vez que se le vio acoplado a la bicicleta. La última vez que fundió sus bielas. La última vez que sus pedaladas castigaron el asfalto en busca de la meta. La última vez que apretó los dientes y mostró su sonrisa de sufrimiento al mundo. Fue la última vez que Miguel fue Indurain. Fue en Atlanta. En los Juegos Olímpicos. Y justo hoy se cumplen 20 años.

Indurain venía de un Tour de Francia inesperado y traidor. Había ganado la Dauphiné Libéré, el gran aperitivo de la ronda gala, con lo que parecía que todo estaba preparado para que el navarro conquistara su sexto Tour. La carrera, además, pasaba por su casa, por Villaba, con final de etapa en Pamplona. No ganar no era una opción.

Pero llegó ese maldito 6 de julio de 1996. Y hasta la alegría y la euforia que se viven en Pamplona en las horas posteriores al chupinazo se apagaron al ver al Gran Miguel, de repente, perdiendo terreno en Les Arcs. No lo recuperaría. Ni en esa etapa ni en todo el Tour. Acabó undécimo en la general.

Con las dudas en la cabeza y la fatiga en las piernas, Indurain se presentó en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. Tras quedar 26º en la prueba en ruta, el 3 de agosto de 1996 le esperaba la contrarreloj individual.

Por delante, un recorrido de 52,5 kilómetros. Allí comparecían, finos, afilados, los Tony Rominger, Alex Zulle, Lance Armstrong o Bjarne Riis, aún henchido por su victoria final del Tour. Y todos con hambre, crecidos por las muestras de debilidad mostradas por el navarro en las carreteras galas.

Un británico extraño, especialista en prólogos y probaturas raras, obsesionado con el Récord de la Hora, Chris Boardman, salió como un torbellino. Se prolongó durante casi 33 kilómetros. A partir de ese momento, a partir del punto en el que la explosividad cede en favor de la fuerza, del acoplamiento y del fondo, Indurain impuso su ley.

Llegó a la meta con un tiempo de 1 hora, 4 minutos y 5 segundos. Aventajó en 12 segundos a Abraham Olano y en 21 segundos a Boardman.

Luego vino una Vuelta a España que nunca debió venir. Y la terrorífica imagen de los Lagos de Covadonga, cuando se bajó de la bici, ya para siempre. Pero ya había puesto su broche. En Atlanta. Y fue de oro.

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