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Pablo Iglesias e Irene Montero durante la reunión Rumbo 2020: La revolución ya es feminista.EUROPA PRESS - Archivo

A la gran mayoría de los maduros electores españoles les parece sin duda perfectamente que sus líderes políticos más eminentes, altos dirigentes de partido o representantes en las más altas instituciones, formen parte de la clase media y vivan, por tanto, en las urbanizaciones de los arrabales de las ciudades donde se instala el estrato intermedio de la población, entre los barrios más modestos y las zonas más ricas. Han sido los populistas los que, por pura demagogia, han pretendido someter a la clase política a unos cánones de austeridad tan absurdos como destructivos. La pretensión de que los salarios públicos no excedan de tres veces el salario mínimo es sencillamente ridícula, y, de aplicarse, reduciría a un erial el territorio político. Porque lo lógico es que los niveles salariales público y privado tiendan a aproximarse para que puedan ir a la política ‘los mejores’, como pretendía con sentido común Ortega. Y la realidad es que hoy, con salarios bajos en lo público aunque no tanto como querría Podemos, a los mejores de las generaciones emergentes ni se les pasa por la cabeza dedicarse a la política, una profesión mal pagada y desprestigiada por la corrupción.

Pues bien: lo curioso del caso es que esos populistas puritanos, que predican la conveniencia de vestir ropa barata y de cuidar un aspecto desgreñado, que dicen renunciar a una parte de su salario para destinarla a fines sociales, no siempre hacen lo que predican. La pareja formada por Pablo Iglesias y la número dos de Podemos, Irene Montero, se han embarcado en la compra de un chalé de más de 615.000 euros. Lo cual no tendría casi nada de particular si no hubieran renunciado a gran parte de su salario (percibe cada uno los tres salarios mínimos) y si Iglesias no hubiera criticado con saña que el especulador capitalista De Guindos se hubiera comprado hace poco un ático… de 600.000 euros.

La metedura de pata es de las que hacen época, como piensan incluso los conmilitones de la pareja aunque sólo una parte tenga arrestos para reconocer que lo más indeseable en política es decir una cosa y hacer otra. Y para tratar de arreglar el entuerto sin renunciar al capricho del chalé, Iglesias no ha tenido otra ocurrencia que someter el caso a un plebiscito. Un referéndum, en política, es cosa muy seria, y banalizarlo de este modo es un ejercicio de frivolidad que dice bien poco del nivel intelectual de quien tenga la ocurrencia. Porque la honestidad o la deshonestidad no depende del voto popular, como es obvio. Y si Iglesias y Montero no saben distinguir entre el bien y el mal, más vale que se dediquen a otra cosa.

El caso tiene además un agravante, que se ha comentado poco. La entidad que ha concedido la hipoteca en condiciones llamativamente ventajosas —que según ellos mismos ha sido de 540.000 euros, un porcentaje muy superior al 80% del valor del inmueble, y a un interés de menos del 1% que está fuera del mercado— es una de las dos (la otra es Tríodos) con las que trabaja Podemos, un partido que mueve varios millones de euros en subvenciones, cuotas y donaciones. En otras palabras, la pareja dirigente, empleada en un trabajo temporal por definición y cuya solvencia no es demasiado alta —tres salarios mínimos dan para poco—, ha sacado ventaja de su posición en el partido para comprar barata una mansión. Tampoco hace falta someter el caso a consulta para llegar a la conclusión de que la ética ha vuelto a fracasar en este caso.

Lo lamentable es que, en la estela de las prédicas de Pablo Iglesias, muchas personas de buena fe enroladas en Podemos viven austeramente, renuncian a una parte de su salario, hacen en definitiva lo que dicen con insobornable honradez. La decepción al ver que sus ídolos se comportan como esos predicadores evangélicos que arrastran por televisión a muchedumbres crédulas de norteamericanos dispuestos a creer en cualquier cosa y a financiarles generosamente habrá sido mayúscula. No es probable que la deserción sea masiva de momento porque el ser humano suele ser pertinaz y le cuesta reconocer que se ha equivocado, pero no es un presagio caprichoso el de que Iglesias ha ensombrecido definitivamente su carrera política con este error de principiante que le ha impedido ver la magnitud del cenagal en que se adentraba.

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