• Los ciudadanos de a pie padecerían un cúmulo de problemas vitales de indiscutible envergadura, que complicarían su existencia
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El historiador Álvarez Junco, autor de una de las obras clásicas que mejor han descrito la identidad compleja de los españoles -“Mater Dolorosa: la idea de España en el siglo XIX”- ha publicado recientemente un artículo muy intenso sobre el actual conflicto entre Cataluña y el Estado en el que aborda una cuestión original, que merece una atención singular: la de a quién beneficia la independencia de Cataluña.

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En el artículo en cuestión, aparecido en El País, el historiador llega a la conclusión de que “en términos prácticos, incluso si el proceso de secesión no fuera traumático ni costoso —cosa improbable—, la vida del ciudadano de a pie seguiría siendo muy parecida a la actual. Lo único nuevo serían unas compensaciones emocionales: saber que está en su casa, en Cataluña, fuera de las garras de la opresora España”.

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La vida del ciudadano de a pie seguiría siendo muy parecida a la actual. Lo único nuevo serían unas compensaciones emocionales

E inmediatamente añade: “quienes sí obtendrían algo más que recompensas simbólicas serían las elites políticas barcelonesas, que pasarían de ser autoridades regionales a estatales. Subirían de rango, aumentarían su poder y recibirían mayores honores en sus visitas al exterior. Los ciudadanos catalanes deberían pensarse si vale la pena embarcarse en tan arriesgada aventura para que se beneficien sólo los políticos de su capital”.

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La situación está bien descrita por Álvarez Junco pero probablemente el contraste sería todavía más duro: los ciudadanos de a pie padecerían un cúmulo de problemas vitales de indiscutible envergadura, que complicarían su existencia –de entrada, numerosas compañías se marcharían de Cataluña, empezando por los grandes bancos-, y tendrían que adaptarse a un inquietante cambio de divisa y al aislamiento internacional. Además, la sociedad catalana, fracturada, tendría que asimilar la ruptura, incluso en el seno de las propias familias, ingresando en un camino sin retorno plagado de incógnitas e incertidumbres.

Mientras tanto, las elites estarían disfrutando su ascenso a los cielos, su ingreso en el escalafón de los líderes estatales, pudiendo influir sin interferencias sobre la soberanía, gestionando con su proverbial populismo la magia de un liderazgo rupturista y aventurero. Y saliendo por supuesto del alcance de la Audiencia Nacional y de la Agencia Tributaria, con lo que los corruptos –desde la familia Pujol y sus cómplices a la burguesía del círculo de los Millet, Prenafeta, etc.- podrían respirar con alivio y disfrutar de sus caudales ocultos en Andorra.

Conviene que se conozca con crudeza esta asimetría, que quizá haga reflexionar a algunos dubitativos partidarios del ‘proceso’ que están a punto de dejarse arrastrar por el romanticismo falsario de los independentistas.

Antonio Papell

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