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Desde esta tribuna llevo meses denunciando la inacción del Gobierno y partidos políticos sobre el espinoso asunto de las pensiones. Poco ha importado hasta ahora que la hucha esté vacía, que no se promuevan planes privados de empresa ni se incentive el ahorro en fondos de pensiones. Más bien al contrario, con la reducción de aportaciones a la Seguridad Social encima de la mesa por el aumento del paro debido al coronavirus, lo último que escuchamos de nuestros gobernantes al respecto fueron amenazas a la fiscalidad de este producto de ahorro. Propuestas, hasta hoy, ninguna.

El lento e inexorable camino hacia el fin del estado del bienestar que hemos disfrutado en los últimos años va a obligar, sin duda alguna, a reformar el sistema de pensiones. De eso nadie tiene dudas, o sí…

Ahora nos despertamos con las noticias de la cesión de 3 nuevas competencias al País Vasco justo antes de que empiece la campaña electoral. Si como todo parece indicar, el Gobierno plantea no más allá de 2021 también la cesión de la gestión económica de la Seguridad Social el sistema de pensiones que conocemos habrá terminado. Y entonces clamaremos contra las desigualdades territoriales y el fin del principio de solidaridad que hasta aquí, mal que bien, nos ha traído.

Vuelvo a insistir en este tema de las pensiones porque me parece increíble que nadie se haya parado a pensar que no nos queda mucho tiempo. ¿Y si pensamos en clave política? Entonces sí podría entender esta situación, porque ¿qué Gobierno se atrevería a reducir las prestaciones de jubilación en estos momentos? ¿Podrían reprimir manifestaciones de jubilados con gases lacrimógenos como en Grecia? ¿Alguien se atrevería a asumir esa factura política?

El ruido de la calle asusta a los políticos, pero no la triste realidad en la que estamos inmersos. No me gustaría reducir las pensiones, ni tampoco ver a nuestros mayores con menos ingresos. Pero tampoco quiero que mis hijos estén hipotecados de por vida para mantener lo insostenible.

Que hablen los partidos sin usar las prestaciones como arma política sería el primer paso para asumir el problema que nos envuelve. Atender lo que pide Europa sería el segundo paso. El tercero, y último, sería alcanzar un gran pacto de Estado, tan difícil como necesario, que permitiera a nuestros mayores mantener un nivel de vida digno y a nuestros jóvenes garantías de que su esfuerzo va a redundar en su favor. Pero insisto que solo será posible con el esfuerzo de todos. La alternativa es perpetuar políticas partidistas que, como bien sabemos los españoles, son perjudiciales para nuestro progreso como nación.

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