matanza orlando

La masacre de Orlando, con 50 muertos a tiros por un fanático norteamericano de origen afgano, ha de ser anotada en la macabra contabilidad del terrorismo islamista, del ISIS en concreto, tanto si se confirma el vínculo directo del desalmado con la organización fundamentalista cuanto si la relación es remota y tangencial: no se entendería la ebullición criminógena del integrismo sin el influjo del Daesh, que hace la guerra santa en Siria y proclama por todo el orbe su pretensión mágica de acabar con la civilización occidental y sustituirla por una utopía religiosa.

En los Estados Unidos, esta clase de sucesos sobrecogedores tiene una dimensión especial que los singulariza y los aleja del contexto europeo: es sencillamente inconcebible aquí que un sujeto desequilibrado pueda comprar por 500 dólares y en Internet un fusil de asalto, con la munición necesaria para terminar con todo un regimiento. Este ingrediente es instrumental pero no irrelevante: si la madura sociedad americana hubiera hecho algo de lo que el sentido común reclama para defenderse preventivamente de agresiones salvajes con armas automáticas que se consiguen con extrema facilidad, no estaríamos lamentando el crimen de Orlando… ni la mayoría de las masacres que jalonan la historia reciente de Norteamérica.

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El proselitismo ideológico y religioso ha de ser escrupulosamente controlado para evitar que personajes desaprensivos capten a ciudadanos débiles

Dicho esto, es claro que la gran matanza de clientes de un club gay en Florida refleja como mínimo un estado de opinión homófobo, violento, intolerante, creado en el entorno del asesino, que ha reconocido sus ligazones islamistas y podría haber recibido adoctrinamiento al respecto. En nuestros países, esta cuestión linda con derechos muy arraigados e inviolables, como los de opinión y expresión e incluso con las libertades religiosa y de cátedra. Pero el proselitismo ideológico y religioso, que pende de esta idea generosa de libertad, ha de ser escrupulosamente controlado para evitar que personajes desaprensivos capten a ciudadanos débiles, enajenando su voluntad y lanzándolos a tareas sectarias y agresivas que acaben en su anulación personal o en tragedias dramáticas.

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Existe un gran desconocimiento del mundo musulmán pero es patente que de él emanan las organizaciones terroristas que han masacrado ya a demasiada gente, tanto en los países devastados de Oriente como en el interior de las sociedades occidentales. Es, pues, perfectamente legítimo que nuestros sistemas judiciales y de seguridad estén vigilantes y autoricen un control estricto y completo de las mezquitas y sus entornos, ya que la violencia ha surgido con frecuencia de las prédicas exaltadas de algunos visionarios.

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