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El escándalo del concurso para poner en explotación las minas de Aznalcóllar introduce nuevas dificultades no solo en la investidura de Susana Díaz como presidenta andaluza.

El problema ya no sólo consiste en resolver las contradicciones que plantean las formaciones emergentes, necesitadas de parecer útiles desde el punto de vista de la gobernabilidad pero también temerosas de ‘retratarse’ en una dirección cualquiera, sino que incluye la pérdida de credibilidad de la regidora andaluza en funciones ante el estallido de un nuevo y grave episodio de presunta corrupción, que en esta ocasión ya no es imputable a los predecesores sino que ha sido plenamente protagonizado por el actual equipo de gobierno.

El breve auto de la juez de instrucción número 3 de Sevilla por presuntos delitos relacionados con el concurso público para la adjudicación de actividades extractivas en la reserva minera de Aznalcóllar revela fallos inconcebibles en el procedimiento, que por añadidura benefició a una empresa mexicana, consorciada con otra española, que tenía un negro historial de vertidos tóxicos en su país (la española había recibido con anterioridad subvenciones de la Junta de más de 15 millones de euros). Quien conozca siquiera superficialmente la ley de Contratos con las Administraciones Públicas y lea el referido auto se dará cuenta de lo sospechoso de una adjudicación realizada con tan escaso respeto a las normas establecidas.

El naufragio de este proyecto estrella, que había sido exhibido con alarde por Díaz durante la campaña electoral constituye como es evidente una pésima credencial a la hora de negociar con otros formaciones

Pero, además, el auto está fechado el 7 de mayo, y la rectificación de la Junta –el anuncio de la suspensión de la adjudicación- tan sólo se produce cuando un periódico de Madrid levanta la liebre una semana después. De cualquier modo, el naufragio de este proyecto estrella, que había sido exhibido con alarde por Díaz durante la campaña electoral y que ahora perece enlodazado entre sospechas de prevaricación, constituye como es evidente una pésima credencial a la hora de negociar con otras formaciones que han hecho de la lucha contra la corrupción el lema de sus campañas y el eje de sus propuestas políticas.

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LA DEVALUACIÓN DE DÍAZ

La devaluación de Susana Díaz ante sus interlocutores políticos dificulta sin duda el acuerdo, y hoy pocos excluyen ya tajantemente la posibilidad de que haya que ir a nuevas elecciones una vez transcurridos los preceptivos dos meses sin que se consiga el necesario pacto de gobernabilidad. Pero dicha decadencia tiene también una dimensión interna en el ámbito del propio PSOE: la autoridad moral que se le reconocía a la lideresa andaluza, situada al frente de la mayor federación socialista, se está diluyendo, y con ella la tutela subjetiva a la que tenía sometido al secretario general, Pedro Sánchez. Y, por descontado, ya se ha descartado la posibilidad de que, en un golpe de efecto, Susana terminara optando por presentarse a las primarias de julio en que se decidirá la candidatura a la presidencia del gobierno.

En realidad, esta decadencia, que puede terminar siendo inhabilitante, comenzó bastante antes, con la campaña electoral andaluza, en que Susana Díaz desarrolló un discurso teñido de populismo, basado en propuestas primarias, que resultó eficaz en el contexto en que se produjo pero que hubiera resultado impropio en el ámbito estatal. Dicho con menos contemplaciones, Susana Díaz no dio, ni en los debates ni en el desarrollo general de la campaña, la talla de estadista que se le presuponía, y quedó ubicada en un papel chabacano, periférico y secundario, poco acorde con el tono más sofisticado de la política nacional.

Cuentan las crónicas que en Ferraz no se oculta cierto alborozo agridulce ante esta degradación de la fama de Susana Díaz, que, sin descartarla como bastión de la fortaleza socialista en Andalucía, asegura a Pedro Sánchez que no será competidora en Madrid. A este paso, todo indica que no habrá que realizar primarias en julio porque Sánchez no tendrá adversario que le dispute la primacía. Claro que esta constatación incluye los malos presagios para el futuro socialista en Andalucía.

Antonio Papell

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