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La guerra de Ucrania y la variante de coronavirus Ómicron han generado un mundo marcado por altas tasas de inflación, restricciones en las cadenas de suministro y una crisis energética que ha llevado a los gobiernos a centrarse en los problemas económicos a corto plazo y en la seguridad en el suministro de fuentes de energía. En este contexto global de deterioro, el proceso de descarbonización se ha visto relegado a un segundo plano.

La transición energética estaba viviendo un fuerte impulso antes de la reunión COP26 celebrada en Glasgow en noviembre de 2021. La emisión de deuda sostenible (incluso para áreas sociales y otras que no forman parte directamente de la transición energética) aumentó de 320.000 millones de dólares a 1,7 billones de dólares entre 2018 y 2021.

Sin embargo, este estímulo se ha desacelerado en 2022, con volúmenes que alcanzaron solo 749.000 millones de dólares en la primera mitad del año, una disminución del 16,8% en tasa interanual, según los datos de Citi GPS.

“El aspecto más desalentador de la transición energética es la gran escala de la demanda mundial de energía. Se necesita una cantidad increíble de energía para sostener nuestra economía y nuestra forma de vida, y es por eso por lo que el éxito de la transición energética desafía cualquier respuesta fácil”, indica Jason Bordoff, director fundador del Centro de Políticas Energéticas Globales de la Universidad de Columbia.

El entusiasmo inicial por las políticas de cambio climático se ha encontrado con unos vientos en contra que están provocando una reducción de ese ímpetu. Desde Citi GPS señalan como medidas desfavorables al impulso de la transición energética el mayor gasto en defensa que están llevando a cabo los países como consecuencia de la guerra de Ucrania.

Asimismo, apuntan a los desafíos de la cadena de suministro por el creciente proteccionismo, el aumento del deseo público de una mayor dependencia de los combustibles fósiles, las políticas de fomento del uso de combustibles para aliviar el paso a las energías limpias, las inquietudes sobre la deuda de los mercados emergentes y sus problemas con la depreciación de divisas, la reducción del atractivo de la emisión de deuda sostenible y la disminución de los incentivos a la hora de cumplir con los objetivos de transición energética.

“El mundo está produciendo 2,8 veces más energía renovable que a principios de siglo y, sin embargo, las emisiones siguen aumentando. Esto se debe a que, aunque la energía renovable está creciendo, el mundo sigue utilizando enormes cantidades de combustibles fósiles a medida que crece la demanda de energía”, apunta Bordoff.

FIJAR EL PRECIO DEL CARBONO

A pesar de la desaceleración del estímulo, los expertos de Citi GPS se muestran optimistas y creen que los eventos globales recientes han aumentado la necesidad de seguridad e independencia energética. Algo muy positivo de cara a evolucionar hacia energías limpias y que, probablemente, acelerará la adopción y el camino hacia la viabilidad económica de muchas tecnologías nuevas y existentes, así como soluciones financieras innovadoras.

En el caso de las innovaciones financieras, los analistas señalan la instauración de un esquema de fijación de precios del carbono, en el que se incluyan impuestos y sistemas de mando y control basados en el mercado. “La fijación del precio del carbono aborda la externalidad de la contaminación del consumo de combustibles fósiles y hace que la energía limpia sea económicamente más competitiva”, valora Jason Bordoff.

Igualmente, creen necesarios la fijación de unos bonos de carbono para aquellos sectores con dificultades para recudir sus emisiones contaminantes, un coste social calculado del carbono para incluir los daños del cambio climático en el análisis de coste/beneficio de las políticas e inversiones públicas e involucrar a las entidades bancarias para que ayuden con el desarrollo de la acción climática e impulsen la evolución hacia energías limpias.

La transición energética exige una inversión histórica en el sector energético. Hoy en día, la inversión mundial en el sistema energético ronda los 2 billones de dólares al año y necesita aumentar a 5 billones de dólares para 2030, principalmente en el despliegue de energía limpia. El sector privado tiene suficiente capital para facilitar esto, y los gobiernos que toman en serio el desafío climático deben colaborar con el sector financiero para dirigir estos fondos donde se necesitan”, subraya Bordoff.

Desde el punto de vista tecnológico, en Citi GPS proponen iniciativas como la creación de sistemas de almacenamiento de energía, incluido el almacenamiento de energía de baterías de iones de litio, para ayudar a equilibrar el suministro y la demanda de electricidad renovable. Otra de las medidas que destacan es el establecimiento de pequeños reactores nucleares modulares que generan un sustituto seguro y resistente para la energía de combustibles fósiles.

El desarrollo de estrategias de hidrógeno bajo en carbono para acelerar la absorción de hidrógeno, así como biocombustibles para ayudar a descarbonizar el sector del transporte, sistemas de monitorización para reducir las fugas de metano en el sector de la producción de energía y tecnología de captura, utilización y almacenamiento de carbono para reducir las emisiones en centrales eléctricas y grandes instalaciones industriales son otras de las propuestas que se pueden poner en marcha para evolucionar hacia el cero neto.

En este sentido, Bordoff pone el foco en el gobierno de EEUU que “tiene muchas herramientas a su disposición para mejorar el caso de inversión en tecnologías de energía limpia nivelando el campo de juego para las tecnologías limpias emergentes. La combinación de tecnologías limpias con créditos fiscales o subsidios pueden acelerar aún más la energía limpia en la curva de costes”.

¿QUÉ ESTÁN HACIENDO LAS GRANDES ECONOMÍAS?

Según Network for Greening the Financial System (NGFS), la inversión de capital total necesaria para lograr un futuro neto cero requiere más de 275 billones de dólares para 2050. Dada la asombrosa cantidad de capital de inversión necesario para la transición energética, el estímulo fiscal para catalizar el suministro y la infraestructura de energías renovables es esencial.

De acuerdo con ello, las principales economías del mundo como EEUU, China o la Unión Europea han puesto en marcha una serie de medidas complementarias destinadas a garantizar “un futuro resistente, confiable y redundante” a nivel energético.

EEUU, mediante la Ley de Reducción de la Inflación, destinará 430.000 millones de dólares en préstamos, subvenciones y créditos para energías renovables en los próximos 10 años. Igualmente, se ha comprometido a reducir en un 40% las emisiones de gases invernadero para 2030.

China, por su parte, en su decimocuarto Plan Quinquenal, ha establecido una reducción del 18% de la intensidad de carbono y fija 2060 como el año en el que sus emisiones serán neutras.

En la UE, en su Pacto Verde Europeo, fijan un desembolso de 807.000 millones de euros en préstamos y subvenciones para facilitar la transición ambiental. También se van a reducir en un 55% las emisiones de gases invernadero para 2030.

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