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La brutalidad del terrorismo islámico se ha cernido sobre Francia con un furor tan solo comparable al de los horrendos atentados españoles del 11M. Activistas armados y ‘mártires’ suicidas de la revolución islámica han atacado en varios frentes a la ciudadanía de París, la capital de Francia, la capital de Europa a estos efectos, con un saldo de unos 130 muertos, entre ellos ocho terroristas. Siete destrozados por sus propias bombas asesinas.

El largo episodio que mantuvo en vilo al mundo esta noche pasada, que ha sido respondido con coraje por la democracia francesa, compendia toda la brutalidad de un credo fanático que envía a sus adeptos a provocar la muerte masiva de quienes piensan distinto y les insta a dar ellos también la vida por la causa absurda de una mesiánica defensa de la exótica verdad revelada. Estamos en presencia de una excrecencia cultural patológica, de una deformación de la secular idea religiosa, y también probablemente de una reacción contra un modelo de desarrollo occidental cargado de hipocresía, cerrado sobre sí mismo e incapaz de tender la mano al resto del mundo, que ve nuestra opulencia con una mezcla de estupor y odio que a veces, como es el caso, se exacerba hasta el estallido. Pero no nos equivoquemos: asesino es el que mata sin piedad, no la victima que pueda haber mostrad cierta dolosa tibieza ante el sufrimiento de los demás.

La OTAN debería implicarse en la lucha contra ISIS hasta la definitiva desaparición de este engendro agresivo, que aplica esta cruel lucha de guerrillas contra occidente

Francia, cuna de la democracia moderna, patria de las idas revolucionarias que cambiaron el mundo desde finales del siglo XVIII, proverbial tierra de asilo, emporio cultural que ha sido avanzada de esta civilización, está siendo pionera de nuestro continente en la lucha contra el ISIS, contra el Estado Islámico, contra la secta que quiere conquistar el mundo para imponer la sharia y devastar la idea misma de progreso en el altar de un dios absurdo, de un verdadero ídolo de la crueldad y la detestación. Sus aviones de guerra están presentes en Siria desde septiembre, acompañando a los de Estados Unidos y ahora a los de Rusia, para combatir sobre el terreno al ISIS. Desde 2012, Francia también encabeza en el norte de Mali la operación Serval, en la que participan contingentes españoles, contra los rebeldes islamistas que amenazaban con conquistar todo el Sahel, con evidente riesgo para los regímenes inestables de la ribera sur del Mediterráneo. Finalmente, Francia es la cuna de la laicidad, y no consiente que irrumpan en la vida pública las expresiones fanáticas de religiones arcaicas que vejan y esclavizan a la mujer, obligándola a vestir ropas que la despersonalizan.

El ataque a Francia ha sido, en definitiva, un ataque a todos los valores que abrazamos y que vamos a seguir defendiendo porque son el fundamento de nuestra identidad política, ideológica y moral. Todos somos en esto franceses y todos nos solidarizamos con las víctimas de la gran matanza, con sus líderes que han asistido horrorizados a este gran despropósito sin poder impedirlo.

Los atentados han sido además un macabro recordatorio de que los conflictos de nuestro alrededor, a menos de una hora de avión de las fronteras europeas, no son hechos extraños y remotos que no nos conciernen: no podemos desentendernos de ellos ni siquiera pensar que acogiendo a los refugiados que huyen de estas guerras podremos acallar nuestra mala conciencia y vivir en paz. Europa tiene que implicarse de hoz y coz en la guerra de Siria e Irak para acabar de una vez con cualquier rastro del DAESH, de esta gran pandilla de asesinos sanguinarios que paladean el asesinato alevoso con fruición de psicópatas y que quieren fundar un Estado propio para exportar desde él el fanatismo a todo el orbe.

En definitiva, la propia OTAN, que es el bastión que sostiene la democracia occidental, debería implicarse en la lucha contra ISIS hasta la definitiva desaparición de este engendro agresivo, que aplica esta cruel lucha de guerrillas contra occidente. La comodidad de ser meros espectadores del drama que se desarrolla a nuestras puertas debe dar paso a la implicación racional en una guerra total contra quienes, además de perseguir un objetivo político, predican la destrucción de lo más sagrado que tenemos, nuestros valores de pluralismo, tolerancia y respeto.

Antonio Papell

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