• Los ciudadanos tenemos derecho a ser gobernados por políticos que hayan acreditado unas mínimas dotes morales
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El director de un gran periódico español ha traído a la escena mediática a Gustave Le Bon, un psicólogo francés que vivió a caballo de los siglos XIX y XX y que escribió que en las arengas o soflamas electorales destinadas a persuadir a una colectividad se pueden invocar razones, pero antes hay que hacer vibrar sentimientos. Le Bon, que terminó especializándose en psicología de masas, es hoy un personaje olvidado pero sus tesis continúan teniendo vigencia.

Acabamos de verlo en las elecciones municipales, en las que tanto Ada Colau como Manuela Carmena han hablado a la gente de sus problemas reales, no de las magnitudes macroeconómicas ni de las grandes estrategias de futuro. La dificultad de mantener una vivienda cuando la crisis arrecia, la necesidad de rescatar socialmente a quienes se han quedado sin acceso a los servicios fundamentales, la extensión inaceptable de una pobreza que no se corresponde con el desarrollo de este país, la evidencia de que cuando se habla de prosperidad no se puede hacer referencia a los mejor instalados sino que hay que pensar sobre todo en los que peor lo están pasando…. son los temas que los principales protagonistas de la “nueva política” –es una forma de hablar- han esgrimido para ganarse la voluntad de esa “muchedumbre que, con la boca llena de vaguedad, espera la forma de la palabra”, en afortunada expresión de André Gide.

El sentimiento no puede suplir la racionalidad. Puede, legítimamente, acompañarla, enfatizarla, potenciarla pero de ningún modo la política moderna puede sustentarse sobre entelequias voluntaristas.

Con todo, el sentimiento no puede suplir la racionalidad. Puede, legítimamente, acompañarla, enfatizarla, potenciarla pero de ningún modo la política moderna puede sustentarse sobre entelequias voluntaristas. Un país como España es muy dueño de dar rienda suelta a la sentimentalidad pero no puede prescindir de la profesionalidad. Ni en la economía ni mucho menos en la política.

LA OTRA LECTURA, LA REAL...

Viene esto a cuento de varias cosas. De un lado, de la amenaza que los cambios políticos en la gobernación de las grandes urbes provoca en diversos proyectos en marcha. La “operación Chamartín” madrileña, que ha movilizado ya ingentes cantidades de recursos, que influye incluso en la deuda pública del Estado –la empresa pública Adif reducirá su déficit cuando se ponga en marcha el gran proyecto sobre terrenos de su propiedad-, podrá controlarse hasta el detalle más nimio para garantizar el principio de legalidad pero no puede detenerse arbitrariamente por prejuicios ideológicos conservacionistas o de otra índole.

Los ciudadanos tenemos cierta urgencia en repasar con los ojos de la razón el presente... que todavía tiene enmienda

De otro lado, los ciudadanos tenemos derecho a ser gobernados por políticos que hayan acreditado unas mínimas dotes morales e intelectuales. Y la dimisión fulminante de Zapata después de conocerse sus delictuosos dislates en las redes sociales no contribuye precisamente a prestigiar estos “tiempos nuevos” que las organizaciones emergentes pretenden legítimamente protagonizar. Tampoco es tranquilizador conocer que quien está destinada a sustituir a Zapata en la concejalía madrileña de Cultura y Deportes es una ciudadana que, también en las redes sociales, lamentó públicamente no hace mucho que el banquero Emilio Botín hubiera muerto en la cama.

Pasadas las primeras emociones, que empiezan a amargarse, parece claro que los ciudadanos tenemos cierta urgencia en repasar con los ojos de la razón el presente –que todavía tiene enmienda- y el futuro que nos aguarda a la vuelta de la primera esquina.

Antonio Papell

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