• Obama nos devolverá la perspectiva de normalidad y de continuidad que necesitamos
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La visita de Obama a España entre el 9 y el 11 de julio cumple una tradición histórica: desde la llegada de la democracia a España, todos los presidentes, desde Richard Nixon, han visitado nuestro país (el último en hacerlo fue Bush en 2001, a comienzos de la segunda legislatura de Aznar).

El hecho de que Obama venga a España dos semanas después de las segundas elecciones generales, podría prestarse a toda clase de interpretaciones, incluida la de que Washington estaría preocupado por la estabilidad española

Una ruptura de esta secuencia por Obama hubiera transmitido una señal negativa que no se corresponde con la realidad de la relación: aunque la retirada de Irak decidida por Zapatero, para enmendar la decisión más impopular y arbitraria que tomó en su mandato Aznar, ensombreció el vínculo bilateral, aquel episodio aparece ya muy remoto y nuestro país, que nunca ha dejado de ser fiable, ha afianzado el nexo trasatlántico con Washington al permitir que el escudo antimisiles sea instalado en las bases de Rota y Morón.

La legislatura que concluye no ha sido muy activa en política exterior, estando como estábamos volcados en los gravísimos problemas interiores, y acaba de ofrecerse un dato que lo corrobora: mientras el actual secretario de Estado USA, Kerry, que lo es solo desde el comienzo del segundo mandato de Obama, ha viajado una veintena de veces al Reino Unido y a Francia, sólo ha venido una vez a España. Dicho esto, la visita in extremis de Obama, cuando apenas le quedan seis meses de mandato y cuando ya ha visitado 13 de los 28 países de la UE, restaura hasta cierto punto la proyección exterior de nuestro país, que además mantiene una presencia militar integrada en la Alianza Atlántica en zonas de conflicto que se corresponde con su PIB y con sus pretensiones limitadas de influencia diplomática en este mundo globalizado.

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EN MEDIO DE LA GOBERNABILIDAD DEL PAÍS

El hecho de que Obama venga a España dos semanas después de las segundas elecciones generales, cuando previsiblemente estarán en su apogeo las negociaciones por la gobernabilidad del país, podría prestarse a toda clase de interpretaciones, incluida la de que Washington estaría preocupado por la estabilidad española, después de medio año de teórica provisionalidad gubernamental, pero no conviene dejar volar la imaginación en este asunto: Obama, un personaje progresista y poco intervencionista, es consciente de la simetría de la relación entre EEUU y la UE, y comprende que la evolución ideológica de los sucesivos gobiernos españoles no afecta al fondo del vínculo bilateral, que ha adquirido una densidad y una envergadura que están por encima de la coyuntura.

Por lo demás, no es imaginable que Obama venga a hacer proselitismo: su actitud respetuosa en la política internacional ha hecho posible precisamente el milagro de que en España haya dejado de haber debate político sobre la relación con la gran potencia.

En todo caso, el mensaje subliminal del encuentro de Obama con Rajoy en funciones será de respaldo tácito a la normalidad institucional del amigo y aliado español. Designio que se reforzará con las entrevistas que, previsiblemente, mantendrá con los líderes de los demás partidos, que también estarán enfrascados en sus políticas de alianzas. En todo ello estará patente la idea de permanente colaboración entre los dos países “para promover la democracia, la seguridad y la libertad” en el mundo, como reza el comunicado de la embajada americana en Madrid.

Para los ciudadanos, la visita es una buena noticia porque, en tiempos agobiantes de sobreactuación de nuestra clase política, Obama nos devolverá la perspectiva de normalidad y de continuidad que necesitamos y que facilitará que los cambios previsibles se afiancen sin alarmas ni convulsiones. España es en definitiva un gran país en marcha.

Antonio Papell

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