Análisis Técnico
LEGG MASON. Alemania destaca entre sus homólogos del G-7 por haber registrado la mayor recuperación económica tras la crisis financiera de 2008, sólo superada por Canadá.

Mientras los inversores siguen viendo a Alemania como el pilar sobre el que descansa la Zona Euro, los observadores parecen expresar el deseo de que otros países periféricos europeos se parezcan más a Alemania.

No obstante, el último dato del PIB alemán —un pobre 0,1% de crecimiento durante el segundo trimestre de 2011— sugiere que esa historia en la que Alemania interpreta el papel de motor de crecimiento y, si así lo decide, de salvador del sistema, no tiene mucha consistencia.

De acuerdo, el balance alemán es envidiable, pero ahí se acaban sus puntos fuertes. Alemania es tan causante de la crisis europea como sus colegas de la periferia. Debe realizar profundas reformas estructurales como las que ya están en marcha en la periferia europea y asumir sus responsabilidades de liderazgo. Sin embargo, las autoridades alemanas se niegan a admitir ninguna debilidad y, en lugar de eso, se dedican a difundir el argumento falso de que Alemania es víctima por su asociación con otros irresponsables miembros de la Zona Euro.

La unificación alemana de 1990 —una especie de cataclismo transformador— provocó un profundo desequilibrio en su economía. A mediados de los años 90, el boom post-unificación en la construcción y en el gasto interno, apoyado por fuertes crecimientos salariales y un aumento incluso mayor de la productividad, empezó a ralentizarse. A principios de los años 2000, esta tendencia se había invertido por completo. La demanda interna se debilitó, los sueldos se estancaron y el ahorro nacional aumentó. El saldo por cuenta corriente de Alemania pasó de un modesto déficit hasta el segundo mayor superávit del mundo, tan solo por detrás de China, y alcanzó 253.000 millones de dólares justo antes del inicio de la crisis financiera del 2007.

Alemania se había transformado en una economía dependiente de la exportación justo a tiempo para la introducción del Euro, que consolidó la ventaja competitiva de Alemania frente a sus socios comerciales. Las exportaciones netas han contribuido con más de la mitad a su escaso 1,1% de crecimiento medio del PIB desde entonces. Además, Alemania obtiene el 28% de su superávit comercial de la periferia (el 36% del déficit comercial de los países periféricos está relacionado con Alemania). Esto se traduce en 100.000 millones de dólares de poder adquisitivo extraídos de la periferia e inyectados en Alemania sólo en 2007.

En una dinámica autoalimentada, Alemania canalizó ese nuevo poder adquisitivo de vuelta hacia la periferia en forma de créditos baratos que ayudaron a inflar las burbujas inmobiliarias y a perpetuar la fortaleza del consumo allí. A través de este proceso, las finanzas de las familias alemanas mejoraron mientras su sistema bancario —el intermediario de estos flujos— se atracó de lo que posteriormente resultarían ser activos de alto riesgo. A pesar de que no hubo burbuja inmobiliaria en el país, los bancos alemanes están a la cabeza de Europa en cuanto a morosidad y poseen cerca de 600.000 millones de dólares en deuda pública de los países de la periferia europea.

Incluso la impresionante trayectoria de los costes laborales unitarios de Alemania en relación con la periferia, que periódicamente es esgrimida como prueba de su dinamismo y competitividad, no es lo que parece. Los costes laborales unitarios alemanes han sido impresionantes por el débil crecimiento de los salarios, no por unos grandes incrementos de la productividad. El nivel de vida alemán apenas ha mejorado durante la última década. Así, el crecimiento del PIB per cápita, que es una medida estrechamente relacionada con la productividad laboral y que corrige la menguante población en edad de trabajar en Alemania, ha sido el segundo más bajo de la zona del euro.

Alemania no es un motor de crecimiento para la Zona Euro. El moderado éxito económico y la mejora de sus cuentas públicas en la pasada década no han sido mérito del país. Según aseguraba un documento del Centre for European Reform, «durante la mayor parte del tiempo que ha pasado desde el lanzamiento del euro, ha sido Alemania quien ha ralentizado el crecimiento europeo y no al revés». Un estudio que publicará próximamente el FMI lo cuantifica y concluye que, entre todas las economías avanzadas, el crecimiento económico alemán ha sido el más asimétrico, siendo el que menos ha contribuido al crecimiento general pero el que más se ha beneficiado de él. Un repunte del crecimiento alemán no sólo no se contagia a sus socios comerciales, si no que Alemania es capaz de robarles dinamismo a estos países. El débil dato del PIB publicado recientemente está en consonancia con la ralentización general del crecimiento mundial y demuestra la asimetría de la economía alemana.

Si se quiere argumentar con más precisión, habría que admitir la realidad de las debilidades económicas alemanas, pero también las complejidades particulares de la unión monetaria. Como los flujos de capitales transfronterizos no sufren fricciones dentro de un sistema de tipos de cambio fijos (por el contrario, los flujos de bienes y trabajadores siguen sujetos a importantes costes de transacción), los desequilibrios comerciales son una señal de desajustes generales en los mercados financieros. Resulta imposible separar las causas de los efectos en cuestiones relacionadas con los flujos financieros: sobreendeudarse es el reflejo directo del exceso de concesión de préstamos, por lo que la responsabilidad tiene que anidar tanto en el superávit comercial (acreedor) como en el déficit comercial (deudor). Los países deficitarios obviamente deben reducir el gasto; así, la periferia europea debe apretarse el cinturón y vivir dentro de sus posibilidades, sin importarle lo seductora que sea la oferta de crédito barato. Sin embargo, es igual de importante que los países excedentarios gasten más (la forma más natural es la inflación salarial) y dejen de conceder créditos arriesgados que permitan a los países deficitarios endeudarse aún más y ser más proclives a la formación de burbujas. Si no, el imperativo de equilibrar las cuentas recae de forma asimétrica exclusivamente en los países deficitarios, lo que necesariamente se traduce en una profunda recesión. Es durante estos periodos de recesión cuando los regímenes de cambio fijos se enfrentan a una amenaza existencial.

Un movimiento de reequilibrado asimétrico acabó con los dos últimos grandes regímenes de cambio fijos: el patrón oro en 1931 y los acuerdos de Bretton Woods en 1973. La zona del euro será el tercero de la lista a menos que Alemania reconozca sus debilidades internas, así como las complejidades particulares de la unión monetaria. Tiene actualmente unas cuentas en mejor estado que sus homólogos y, por lo tanto, más poder de negociación. Aunque esto sea verdad, el éxito a largo plazo de la Zona Euro demanda que Alemania ponga en marcha reformas que mejoren la productividad y el crecimiento. Y lo que es más importante: debe corregir su enorme superávit comercial. A este respecto, las negociaciones salariales deben seguir descentralizándose para permitir el abandono de la política coordinada de moderación salarial. Alemania tiene que empezar a contribuir a la economía mundial en vez de solamente beneficiarse de ella.

Michael Story,
Economista de Western Asset, filial de Legg Mason
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