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Cada vez más los robots y los ordenadores son capaces de realizar tareas que antes solo una persona física era capaz de llevar a cabo.

No es nuevo que la mecanización y la automatización sirvieron para sustituir puestos de trabajo permitiendo que las empresas ganasen en eficiencia, productividad y ahorro de costes a costa del aumento del paro, destrucción de empleos y consiguiente empobrecimiento de la población menos cualificada.

Desde la Revolución Industrial, las máquinas han ido realizando funciones cada vez más complejas resultando en ciertos aspectos positivos y otros negativos. Estas tareas que las máquinas han ido implementando siempre se han encuadrado en la parte menos cualificada (que ha forzado al trabajador a ir buscando cada vez más formación y cualificación) del espectro laboral; pero tanto la Inteligencia Artificial y el Aprendizaje Computacional, así como el acceso a una mayor potencia computacional a un -cada vez- menor coste a través de la nube, está posibilitando que las máquinas sustituyan puestos de trabajo cada vez más cualificados.

Este hecho, a día de hoy y que hace unos pocos años era una utopía, está haciendo que la gente se cuestione cómo enfocar la vida laboral en el futuro. Es decir, si cada vez hay menos puestos de trabajo la población sufriría un empobrecimiento gradual y, para una economía que se basa en el consumo como la que tenemos, esto significaría muy probablemente crisis y deflación.

Las soluciones que se han propuesto para evitar un futuro tan negro son la renta básica universal de la que ya hablamos y, recientemente, Bill Gates en una entrevista en Quartz propuso que el Gobierno estadounidense considerase un impuesto sobre los robots. El creador de Microsoft expresaba en esta entrevista sus dudas sobre cómo la sociedad podría manejar una cada vez más rápida automatización de todos los procesos.

Es probable que en un futuro lejano los robots, que puede que también tengan conciencia propia, paguen ellos mismos sus impuestos pero esto no tiene nada que ver con lo que propone el señor Gates. Lo que propone Bill Gates es que los robots que existen a día de hoy paguen impuestos, ya sea su instalación o los beneficios que las empresas disfrutan por el ahorro en costes de personal. El dinero que se genere podría servir para reciclar a los trabajadores o, tal vez, financiar una expansión en educación y sanidad, lo que proporcionaría trabajos difícilmente automatizables como son la enseñanza o el cuidado de ancianos y pacientes.

Un robot es una inversión en capital como una fresadora o un ordenador. Los economistas suelen desaconsejar poner impuestos a este tipo de inversiones ya que permiten a una empresa ser más productiva. Este tipo de gravamen empobrece las empresas y no recauda mucho dinero. Los argumentos de Bill Gates van más por los tiros de comparar la inversión en robots con la inversión en generadores de carbón. Impulsa la economía pero impone un coste social, lo que los economistas llaman externalidad negativa.

El momento de valorar estas u otras medidas será cuando la rápida automatización amenace con echar a los trabajadores de sus viejos empleos más rápidamente de lo que los nuevos sectores puedan absorber.

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