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Economistas y analistas tenían las esperanzas puestas en que el resultado de las recientes elecciones presidenciales turcas supusiera el fin de las políticas económicas vigentes durante los últimos años en el país, que curiosamente se han basado en frenar la alta inflación a través de recortes en las tasas de interés: todo lo contrario a los principios económicos prevalecientes.

Precisamente por ello, hubo en los pasados comicios más apoyo entre los analistas económicos financieros hacia el candidato de la oposición, Kemal Kiliçdaroğlu, que había prometido volver a subir los tipos de interés. Sin embargo, ahora sabemos que Erdogan ha ganado las elecciones, y eso no augura nada bueno para el tipo de cambio de la lira frente al dólar y al euro.

Inmediatamente después de las elecciones turcas, la lira turca se depreció, pero sólo ligeramente, en tanto que todavía estaba respaldada por el banco central turco. Sin embargo, desde el momento en que se liberaron las compras de apoyo por parte del CBRT, la divisa se desplomó y acumula ya pérdidas del 13%, alcanzando cifras récord de 25 liras al cambio con el euro y 23 con el dólar. Desde el pasado 14 de mayo, cuando se produjo la primera ronda de las elecciones presidenciales, la moneda se ha depreciado más de un 17%.

El alto coste de la vida para el ciudadano turco parece ser uno de los mayores desafíos del régimen de Erdogan, lo que se suma a los trabajos de reparación en la zona este del país, gravemente afectada por los fuertes terremotos del pasado febrero.

Si nos fijamos en el primero de los desafíos que tiene el país, el de encarar la erosión que sufre el poder adquisitivo, la razón estriba en buena parte en la política atípica de tipos de interés influenciada por su Gobierno. La bajada de las tasas por parte del Banco Central Turco, bajo la presión de su Ejecutivo, ha motivado el desplome de la lira. Sin duda, eso provoca que la importación de muchos productos se encarezca, pero este aspecto, como se ha visto, no ha pesado lo suficiente en los resultados electorales.

Los últimos dos años no han sido el mejor período para la lira, por decirlo de una manera amable. La situación macroeconómica se caracteriza por una elevadísima inflación, que alcanzó un máximo del 85% en octubre de 2022 y ahora ronda el 40%, y un déficit por cuenta corriente excesivo, alimentado aún más por los recortes de las tasas de interés.

Una victoria de Kiliçdaroğlu, que aboga por una política monetaria más realista, habría fortalecido el tipo de cambio de la lira y habría puesto las bases para fortalecer paulatinamente la estabilidad de la economía turca. Desgraciadamente, esta no es la situación en la que nos encontramos en este momento. Más bien al contrario, lo que ahora se espera es que la moneda continúe con su depreciación.

En clave de relaciones comerciales bilaterales, la coyuntura de precios del país favorece a las empresas españolas que importan productos de Turquía, que se beneficiarán de unos precios más reducidos, teniendo en cuenta además que, gracias a la unión aduanera entre la UE y Turquía, no hay derechos de importación para la mayoría de los artículos. Hay que recordar que España, en 2021, importó bienes por un valor superior a los 6.000 millones de euros de Turquía, principalmente productos textiles, maquinaria, productos químicos, alimentos y productos manufacturados, mientras que las exportaciones ascendieron a más 4.000 millones de euros.

También es un hecho que cada vez más empresas han trasladado su producción a Turquía, tras abandonar China por el bloqueo que siguió al Covid-19, la interrupción de las líneas de suministro o la inestabilidad que está causando la guerra comercial que mantienen Estados Unidos y el gigante asiático. No hay que obviar tampoco que los costes laborales en China han aumentado más en comparación con Turquía.

En consecuencia, una lira barata aporta una coyuntura favorable para las importaciones, pero conviene mantenerse vigilantes sobre la evolución económica del país. Si la alta inflación persiste y el poder adquisitivo se deteriora aún más, existe el riesgo de que afloren tensiones sociales cuyas consecuencias son difíciles de prever en estos momentos.

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