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La conferencia internacional de inversiones de Arabia Saudí, conocida como “el Davos del desierto”, estaba destinada este año a ser la gran plataforma de presentación del nuevo proyecto económico renovador del joven príncipe heredero Mohamed bin Salman. Sin embargo, el truculento asesinato del periodista Jamal Khashoggi ha enturbiado el pretendido brillo del evento.

Altos directivos invitados al foro fueron anunciando que no asistirían a medida que la crisis diplomática iba escalando y el papel del reino en el asesinato se iba haciendo cada vez más evidente. JP Morgan Chase, Blackstone, Uber y Google destacaron entre las empresas que se cayeron del evento a pocos días del inicio. El propio príncipe Mohamed, nombrado heredero por su padre el año pasado en una inusual decisión y de facto dirigente del país, tuvo que hablar del asunto en la tribuna del foro, calificando el asesinato como “crimen odioso”.

Pasada la tormenta y a medida que el caso se vaya enfriando, algo que inevitablemente ocurrirá, todo podría haber quedado en un simple desplante. Si hay un país bien posicionado para sortear una crisis como esta es Arabia Saudí gracias a sus millonarias inversiones de las que dependen grandes proyectos de varias de las empresas tecnológicas que optaron por no ensuciar su imagen acudiendo a Riad.

PETRODÓLARES PARA LAS BIGTECHS

La imagen que buscan proyectar las tecnológicas de Silicon Valey como cosmopolitas, modernas y amables con sus empleados no sitúa a la anacrónica monarquía absoluta saudí como su más evidente aliado. Sin embargo, los saudíes tienen un papel desconocido para muchos en la financiación de este sector.

Entre las empresas tecnológicas que no tuvieron problema en aceptar millonarias inversiones saudíes en los últimos meses destaca Google. Diane Greene, miembro de la junta directiva del gigante de Internet, fue una de las que se borró de la conferencia. Sin embargo, nada hace indicar que Google vaya a cancelar el acuerdo que alcanzó en marzo con la empresa estatal Saudi Aramco para desarrollar servicios en la nube y otras oportunidades tecnológicas.

El propio príncipe Mohamed viajó a California en abril y visitó las instalaciones de Google, llamando la atención por vestir unos sencillos vaqueros y americana en contraste con los clásicos turbantes asociados a las monarquías del Golfo Pérsico.

Hace apenas un mes, el joven mandatario volvió a visitar Silicon Valey y se entrevistó en persona con el mismísimo Mark Zuckerberg en su visita a las instalaciones de Facebook. En este caso no afloró ningún acuerdo de inversión en la red social, al menos públicamente.

El dinero saudí también estuvo en el centro de la controversia que acabó costándole la presidencia de Tesla a Elon Musk el mes pasado. la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos acusó al multimillonario sudafricano de haber actuado de una manera fraudulenta tras haber publicado un tuit en el que adelantaba su intención de sacar de bolsa a Tesla gracias a una financiación no demostrada del fondo soberano saudí. La inversión acabó por no llegar nunca a Tesla, pero el dinero saudí sí fluyó hacia sus rivales Lucid Motors.

SOFTBANK, EL GRAN INVERSOR

El gran beneficiario de las inversiones del fondo soberano saudí no se encuentra en California, sino en Tokio. El director ejecutivo de Softbank, Masayoshi Son, fue el último en rechazar asistir al Davos del desierto en el último minuto, a pesar de haber viajado hasta Riad. Sin embargo, la empresa de telecomunicaciones e Internet japonesa se mantendrá como un cercano aliado del Mohamed bin Salman.

El propio príncipe saudí estuvo detrás de casi la mitad de una inversión de 100.000 millones de dólares en la división del Softbank bautizada como Vision Fund, el mayor fondo de inversión en empresas tecnológicas del mundo.

El buen ojo de Son para las inversiones en tecnología quedó probado cuando apostó en 2000 por la entonces desconocida startup china Alibaba, valorada actualmente en 145.000 millones de dólares. De la mano del banquero iraní Rajeev Misra, Softbank puso en marcha en 2016 este inmenso fondo de inversión con el que Mohammed bin Salman contribuyó con 45.000 millones de dólares.

Su gran apuesta ha sido Arm Holdings, una empresa británica de diseño de chips, por la que pagó 32.000 millones de dólares. A comienzos de este año se convirtió en el principal accionista de Uber -cuyo director ejecutivo, Dara Khosrowshahi, también optó por no acudir a Riad- con la compra de un 15% de su capital y también participa en empresas similares como Ola, en India, Grab, en Singapur, y la china Didi Chuxing.

En definitiva, a pesar del duro golpe que ha supuesto el caso Khashoggi para la imagen de joven reformador proyectada por el príncipe Mohamed, las cuantiosas inversiones saudíes le convierten en un aliado al que las grandes empresas tecnológicas del mundo no pueden renunciar.

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