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Sede del PP en la calle Génova de Madrid. EUROPA PRESS

Rajoy, que parecía aferrado al poder, ha transmitido una sensación de alivio desde el mismo momento en que comenzó ostensiblemente a perderlo. Ha aceptado con deportividad y altura de miras la moción de censura, probablemente porque sabía que su posición era claramente inestable desde el arranque de la legislatura, por lo que no tenía sentido dar una batalla enconada que hubiera conducido a unas incómodas y peligrosas elecciones, sin garantía de que se clarificasen las relaciones de poder.

Sin rechistar y sin dar espectáculo, Rajoy ha demostrado su clase personal, ha hecho de la necesidad virtud y ha regresado su bufete de registrador de la Propiedad, que le permitirá una vida plácida y tranquila. Pensaba —y este es el único pero de la operación— que el cabo de Núñez Feijóo estaba bien atado, pero no ha sido así.

La negativa entre lágrimas de Núñez Feijóo a optar al sillón presidencial del PP ha liquidado la tentativa de una sucesión pacífica y tranquila, aunque en realidad no ha sorprendido demasiado tal renuncia. Nunca había mostrado el líder gallego afición alguna cambiar su residencia a Madrid y a pasar a liderar un gran partido al que no conocía completamente y que está pasando todavía por el amargo trance de una serie inagotable de procesos judiciales por corrupción. Tampoco estaba claro que quien ha sido un productivo líder regional, con tres mayorías absolutas sucesivas, resultase el dirigente más apropiado en otros cometidos más sutiles y exigentes. Y, por último, había voces que se cuidaban de advertir de que Feijóo no tenía el menor interés en remover determinadas zonas de su pasado, algo que sin duda ocurriría si optase por lanzarse a la procelosa selva de la política estatal, donde cada transeúnte es escrutado con minuciosidad.

Sea como sea, la especie de que Feijóo era el predestinado contuvo un tiempo el lanzamiento de todas las demás ambiciones, e incluso el exministro García Margallo (quien no esconde que su principal ambición es que Soraya no se haga con el santo y la seña) ya había dicho que retiraría su candidatura si finalmente el presidente de Galicia se lanzaba al ruedo. Pero al conocerse que Feijóo se abstenía, se ha desatado súbitamente la competición.

"Al conocerse que Feijóo se abstenía, se ha desatado súbitamente la competición"

Han bajado a la arena, como era de esperar, las dos grandes rivales engendradas por Rajoy. Soraya Sáenz de Santamaría (47 años), quien ha dispuesto de todo el poder político en el Gobierno, y Dolores de Cospedal (52 años), quien ha dispuesto de todo el poder político en le partido. Ambas están en plena madurez, las dos son brillantes abogadas del Estado y la leyenda asegura que se detestan sin contemplaciones, aunque la realidad quizá sea menos cruenta: han rivalizado y siguen haciéndolo, pero la tarta era hasta hace poco demasiado grande como para que no cupiera un reparto fraternal de la misma. Ahora, el pastel es más escaso, y bien puede suceder que las posiciones se enconen y que la contienda termine siendo despiadada.

En la competición que comienza, las dos tienen herramientas potentes, pros y contras que influirán sobre el electorado, las bases de la formación. Soraya sale del poder con una experiencia innegable ya que ha pulsado todos los resortes y batallado en todos los frentes; de hecho, el día a día del gobierno ha recaído sobre sus hombros, por delegación de un Rajoy apático y poco interesado en lo secundario. Sin embargo, no ha sido mujer de partido, ni ha ocupado cargos orgánicos, ni ha intimado con las familias internas que a esta hora invocarán lealtades, devolverán favores, propondrán trueques y transacciones, etc.

Cospedal está en una posición inversa: ella ha tenido al partido en su mano desde la secretaría general… lo que la ha obligado a coexistir inevitablemente con Gürtel, con Bárcenas y con todas las demás corrupciones, que no la han manchado personalmente pero sí políticamente. Y su experiencia de poder se limita a la presidencia de Castilla-La Mancha, a una secretaría de Estado con Aznar y al Ministerio de Defensa recientemente.

Hay un equilibrio evidente entre ambos personajes… que podría beneficiar al tercero en discordia (tercero con posibilidades, ya que hay otros puramente testimoniales), Pablo Casado (37 años), es algo más joven que las dos lideresas, no tiene experiencia de poder pero puede alardear de una total incontaminación con respecto a la corrupción. Casado, sin embargo, está envuelto en el escándalo de los másteres que costaron el cargo a Cifuentes, y ello podría lastrar su apenas recién iniciada aventura.

Aunque las dos grandes candidatas, obedeciendo el mandato explícito de Rajoy, han manifestado que presentan un proyecto integrador en el que cabe todo el mundo, es evidente que la fortaleza equilibrada de ambas políticas genera el riesgo de que el PP se fracture en dos… con la particularidad de que en esta coyuntura el PP ya no puede dividir las ambiciones entre el partido y el gobierno, por la sencilla razón de que no gobierna. Deberían, como mínimo, cuidar las formas para que el fair play impida que el proceso electoral se convierta en una gran disputa, que echaría por la borda las posibilidades de regenerarse que el nuevo PP tiene en este momento. Rajoy, antes de irse, ha recomendado a quien venza en esta carrera integre a los derrotados. Deberían hacerle caso unos y otros, si finalmente el proceso se plantea como una confrontación entre las dos damas de hierro del PP.

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