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Reino Unido, cuyo Gobierno destacó entre los negacionistas del Covid-19, sucumbe a los efectos de la pandemia a la misma velocidad que el resto de Europa. La hospitalización del primer ministro, Boris Johnson, y el inusual discurso de la reina Isabel II de esta semana son dos muestras de cómo de angustiado está un país que ve cómo la crisis sanitaria dispara el estrés de una economía que acumula años de incertidumbre por el Brexit, la asignatura pendiente de la que ya nadie habla por el coronavirus, pero que sigue por resolver antes de finales de año.

Johnson, que espera el alta hospitalaria, prevé regresar al Número 10 de Downing street y reanudar sus funciones, entre ellas la gestión de las negociaciones para el acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y Londres, que han quedado prácticamente congeladas por el virus. A fines de junio debe tomar una gran decisión: si desea o no extender el período de transición del Brexit, que vence el 31 de diciembre. Y mientras de cara a la galería el premier sigue defendiendo sus planes, su gabinete ya prepara el terreno para una nueva prórroga.

La ventaja de buscar una extensión es en gran medida práctica. Los encargados de impulsar las conversaciones a uno y otro lado del Canal de la Mancha se han visto forzados a cancelar reuniones para abordar asuntos clave como el funcionamiento de los controles aduaneros a medida que se vuelven a desplegar para enfrentar la crisis del coronavirus.

Además, recuerdan los expertos que Reino Unido todavía importa una gran cantidad de suministros médicos, alimentos frescos, papel higiénico y otros bienes de primera necesidad que se producen en la UE. Con la economía en la UCI, el país británico no se puede permitir el lujo de renunciar a este abastecimiento sin tener claras las consecuencias de la pandemia, avisan desde 'Bloomberg'. "Los datos económicos comienzan a mostrar la magnitud del impacto de la pandemia y esto se suma a las preocupaciones existentes sobre cómo el país hará frente a un nuevo conjunto de reglas comerciales posteriores al Brexit", agregan analistas de Rabobank.

Pero una nueva extensión comporta grandes desventajas políticas. Los analistas subrayan que se pagará un algo precio por mantener el libre comercio y "la pregunta ya no es si el Brexit se retrasará, sino cómo el primer ministro Boris Johnson venderá un aplazamiento a la población británica", comentan en Bloomberg.

Si Reino Unido se ve obligado a ampliar el período de transición hasta diciembre de 2021, supone otro año en el que Londres seguirá bajo las reglas de la UE y contribuirá en los presupuestos de los Veintisiete, pero sin ninguna opinión en la política del bloque. Un estado vasallo, por así decirlo. Por este motivo, la posición oficial del Gobierno es que con o sin virus, el Reino Unido se ceñirá al calendario del Brexit. Lo que significa, según analistas de 'CNN', que el gobierno debe calcular qué es más importante: asegurarse de que todavía pueda importar suministros médicos de Europa, o mantener un calendario que culmine el Brexit en su totalidad para fines de 2020.

Bajo el argumento de que el Ejecutivo 'torie' está fortaleciendo la capacidad del Reino Unido para afrontar la crisis, parte del gabinete del líder conservador apuesta por lo primero. Pero cada vez son más los disidentes de la idea de Johnson de alentar a las fábricas británicas a fabricar ventiladores y desinfectantes para manos en lugar de automóviles.

Si Johnson continúa con sus planes, pone en peligro a las empresas del país que no son capaces de lidiar simultáneamente con el virus y con el trastorno inevitable que traerá Brexit. "La saluda de la UE es el único tema en este momento donde se le pide al primer ministro hacer lo mínimo posible", concluyen en Bloomberg.

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