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La paradoja de unas generales británicas planteadas en clave de Brexit es que la consecuencia de mayor calado para el futuro de Reino Unido fuera de la Unión Europea ha pasado desapercibida durante la campaña: la transformación de aliados durante más de 40 años en rivales, tanto económicos y comerciales, como en el mapa geopolítico internacional y en la influencia que ambos aspiran a ejercer como prueba testimonial de la superación de su divorcio.

La falta de escrutinio sobre esta reconfiguración estructural favorece a unos conservadores que se juegan la reelección a la carta de 'Materializar el Brexit' ('Get Brexit Done', en inglés), un eslogan que ofrece la trampa de una solución rápida y sencilla a una parálisis que acumula tres años y medio, dos primeros ministros y, con los del jueves, dos procesos electorales en apenas un par de años.

Si la demoscopia acierta, y hasta ahora ha otorgado consistentemente la mayoría absoluta al primer ministro, Boris Johnson, es de esperar que el nuevo parlamento ofrezca vía libre para formalizar la salida de la UE el 31 de enero, permitiendo así al padrino oficial del Brexit dar por cumplida una misión que, sin embargo, no habrá hecho más que pasar a la segunda fase, la que verdaderamente pondrá a prueba las dotes negociadoras de socios que pasan a convertirse en competencia directa.

Frente al mero ensayo general que han supuesto las conversaciones sobre la ruptura, el destino les tiene reservado un antagonismo cuya ferocidad dependerá del grado de divergencia política, regulatoria y económica de la segunda potencia continental en relación a la UE. En Bruselas son conscientes de la inevitable metamorfosis de su vínculo, pero en la campaña británica ha pasado de puntillas, gracias en parte a la dinámica derivada del cortoplacismo electoral.

PRECAUCIÓN EN LA UE

Como consecuencia, la retórica de Johnson de ejecutar el Brexit para poder centrarse en las materias que importan a la ciudadanía contrasta con un realineamiento estratégico piramidal al sur del Canal de la Mancha. La canciller alemana, Angela Merkel, ha venido incidiendo durante meses en la necesidad de extremar la precaución ante quien está a punto de transformarse en un contrincante "en el mismo umbral" del bloque.

El aviso queda justificado en el espíritu mismo del documento firmado en el Consejo Europeo de octubre para desbloquear el proceso, el mismo que llevó al 'premier' a proclamar ante su audiencia doméstica que había logrado lo imposible: que Bruselas reabriese un acuerdo que consideraba "innegociable". Se trata, de hecho, de una de las grandes bazas que utiliza en campaña para vender otro 'desiderátum' actualmente cuestionado, el de que logrará cerrar el nuevo marco de relación antes de final de 2020.

Lo que no cuenta es que la parálisis no se rompió porque hubiese persuadido a la UE, sino porque a esta le convenían los términos. Cuando toque concretarlos, no obstante, Reino Unido tendrá que pagar un precio, ya que frente al alineamiento normativo previsto por su antecesora, Theresa May, el primer ministro desechó la aspiración de la convergencia con el armazón comunitario, con el objetivo de maximizar el potencial de sellar pactos comerciales con terceros.

RENUNCIAS INELUDIBLES

El dilema es complejo, puesto que implicará renuncias que el Gobierno británico no parece, de momento, entender que resultarán ineludibles. Durante la carrera por el Número 10, los conservadores han insistido en que no habrá tarifas, ni cuotas con la UE, pero el negociador jefe comunitario, Michel Barnier, ha avisado ya de que esta ambición dependerá de hasta dónde Londres esté dispuesto a seguir los estándares europeos.

Barnier, quien asumirá la siguiente fase de las conversaciones, ha dejado claro a Reino Unido que su acceso al mercado estará dictado por cuánto respete la legislación laboral, los protocolos en materia ambiental, o las reglas en materia de ayuda estatal. Johnson, por el contrario, ha elevado su órdago y recientemente agitaba el fantasma del proteccionismo, con apelaciones a "comprar británico" y jaleando la autonomía de intervención pública que permitirá el Brexit.

MIRAR A EUROPA O ESTADOS UNIDOS

El primer ministro se halla ante la disyuntiva de presenciar cómo, en el continente, Merkel insta a no caer en la complacencia sobre la futura amenaza británica; mientras que, al otro lado del océano, Donald Trump le recuerda que o rompe íntegramente con la UE, o el cacareado pacto trasantlántico no podrá tener lugar en la extensión que ambos ansiaban.

La lógica numérica recomendaría priorizar el territorio que actualmente absorbe el 50 por ciento de los intercambios comerciales, en lugar del que se lleva apenas el 15 por ciento, pero el Brexit va más allá de pragmatismos y razonamientos deductivos. Apela a la idea de una libertad plena, tanto para decidir vínculos económicos, como para establecer leyes y definir políticas de alto voltaje como el control sobre las fronteras.

ACCESO COMERCIAL POR SOBERANÍA

En la actualidad, Reino Unido disfruta del arreglo comercial más profundo a escala mundial, por lo que cualquier modificación acarreará renuncias y barreras. Al respecto, Johnson ya ha aclarado ya la principal duda de la UE ante la salida británica: qué pretendía, sustituyendo la indeterminación de Theresa May por una admisión sin tapujos de su aspiración por una divergencia que libere a su país de toda injerencia comunitaria.

Este deseo, sin embargo, implica un peaje que, tarde o temprano, Londres deberá aceptar, determinando cuánta importancia otorga a la soberanía, en relación a un acceso más o menos limitado a su socio de referencia, al que sus empresas dedican la mitad de sus ventas en el exterior. Para la UE, mientras, significa maximizar la cautela en las conversaciones, para impedir que Reino Unido obtenga provechosas prebendas, pese a haber rebajado los estándares europeos.

No en vano, una de las ambiciones por excelencia del Brexit es hallar ventajas competitivas donde pueda, de ahí lo complicado de la maniobra para los Veintisiete, que tendrán que calibrar el apetito compartido por mantener intercambios fluidos, sin generar lo que ya se ha dado en conocer como 'Singapur en el Támesis'.

El riesgo de las generales es, por tanto, que ante una potencial mayoría absoluta conservadora, el premier intente capitalizar políticamente lo que se encargaría de retratar como intransigencia de la UE. Johnson podría emplear a su favor la mera normativa comunitaria como excusa para imbuir un giro radical al modelo económico británico, con agresivas apuestas fiscales, una amenaza que demuestra que, comercialmente, Reino Unido y la UE pueden convertirse en incómodos vecinos.

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