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El fin del rescate de Grecia ha sido recibido con alegría por los políticos de toda Europa como si hubieran quedado atrás definitivamente las crisis de deuda y el euro estuviera blindado. Nada más lejos de la realidad. El crecimiento del euroescepticismo y del populismo amenazan con nuevas políticas como las que llevaron a la crisis de deuda, sin olvidar el riesgo de nuevos terremotos bancarios, con un sistema de rescate insuficiente. El mayor riesgo está en Italia, pero cuidado con España.

Tras los rescates de Grecia, Irlanda, Portugal y España (financiero), y el "whatever it takes" de Mario Draghi, la Unión Europea ha aprendido algunas lecciones sobre las crisis. Se ha creado un fondo de rescate permanente, se ha centralizado la supervisión bancaria en el BCE -mérito del Banco de España- y se ha establecido un sistema de resolución bancaria que pretende romper el nexo que arrastraba conjuntamente a los Estados y los bancos.

¿Eso significa que tenemos una Unión Monetaria a prueba de bombas? Pues no. Para empezar, porque el euro, como todo en la UE, es un proyecto político. Y como tal, depende de la voluntad de los políticos de mantenerlo vivo y de asumir los sacrificios que ello requiere. Algo a lo que no están demasiado dispuestos nuestros líderes.

Por el lado de los más ricos, se habla mucho del impulso que Macron y Merkel quieren dar a la integración, pero los buenos propósitos se diluyen cuando hay que poner dinero, como demuestra el fondo de garantía de depósitos europeo.

ITALIA, LA GRAN AMENAZA

En el lado de los menos ricos, la gran preocupación de los analistas es Italia por el discurso antieuropeísta de su Gobierno, su enfrentamiento con la Comisión -el último ejemplo es la tragedia del puente de Génova-, y su utilización populista del euro, al que califica de "jaula alemana" que impone la austeridad a los italianos. El mercado teme como un nublado el primer presupuesto del Ejecutivo de Giuseppe Conte y Matteo Salvini, que amenaza con ser enormemente expansivo.

Menos se habla del riesgo de los bancos de ese país, aunque todo el mundo en el mundillo es consciente de que tienen un cáncer parecido al que tenían las cajas españolas en 2012 y que pueden acabar igual: o con una quiebra masiva que provocaría una catástrofe entre accionistas y bonistas según las nuevas normas de resolución, o, más probablemente (visto lo ocurrido con los dos pequeños bancos que cayeron al tiempo que el Popular), con un rescate público al estilo español. Ambas soluciones pondrían de nuevo al euro contra las cuerdas.

Y CUIDADO CON ESPAÑA

¿Y España? Sí, es cierto que después del rescate nuestro sector financiero ha dejado de ser un problema. Al menos, de momento, porque está repitiendo los pecados que llevaron a su hundimiento con la nueva alegría del crédito promotor y las hipotecas por el 100% del valor de los pisos. Pero la amenaza a corto plazo no está ahí.

El peligro es el mismo que en Italia: la vuelta a los excesos en el gasto público que, a pesar de la batería de impuestos que pretende instaurar Pedro Sánchez, conducirá inevitablemente a un nuevo incremento de la deuda pública (que ya está en máximos históricos). Una nueva bomba de relojería para cuando llegue la próxima recesión, que llegará. Por no hablar de las pensiones, pero esa es otra historia.

¿EL BCE VOLVERÁ A SALVARNOS?

El problema es que la UE sigue sin tener capacidad para imponer topes al gasto de los países con exceso de deuda, como se ha demostrado en el incumplimiento sistemático de los compromisos de déficit de España. Ni tampoco tiene herramientas para combatir las recesiones en esos países, que se ven forzados a recortar costes por la caída d elos ingresos.

En este panorama, el único que tiene poder para evitar una catástrofe en un país grande vuelve a ser el BCE. Y Paul de Grawe, uno de los más prestigiosos economistas europeos, se pregunta "¿Estamos seguros de que el próximo presidente del BCE [el mandato de Draghi termina en 2019] estará dispuesto a usarlo?". Si sumamos a la actual hornada de líderes políticos, su advertencia es que "los principales actores pueden no estar tan interesados en salvar el euro la próxima vez".

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