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La mayoría de la gente achaca el aumento de la deuda estadounidense a la imprudencia fiscal, pero más bien puede tratarse de defectos estructurales, en particular, la creciente desigualdad de ingresos. Y mientras no se haga nada para revertirlo, la deuda estadounidense tendrá que seguir creciendo, o los estadounidenses se verán obligados a aceptar un mayor desempleo.

Los ricos ahorran más y gastan menos. Así pues, la desigualdad de ingresos hace que aumente el ahorro al transferir los ingresos de los que gastan habitualmente a los grandes ahorradores. Si el aumento del ahorro se invirtiera de nuevo en la economía, no sería necesariamente algo malo. El problema es que eso no está ocurriendo del todo y en parte se debe a que las empresas se ven limitadas por la debilidad de la demanda y no por la falta de capital. Así que, en igualdad de condiciones, ese mayor ahorro (y ese menor gasto) está contrayendo la demanda total de la economía y llevando a las empresas a recortar la producción y despedir trabajadores.

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Fuentes: OMB; Reserva Federal de St. Louis.

Para hacer frente a este dilema, Estados Unidos puede jugar tres cartas:

1. Hacer más atractivos los préstamos a los hogares para mantener los niveles de consumo.

2. Recurrir a la propia hucha de Estados Unidos para pedir prestado y reactivar la demanda.

3. Exportar los ahorros en forma de superávit comercial.

La tercera opción es imposible para Estados Unidos debido a que es el país más utilizado del mundo para depositar el exceso de ahorro, por lo que no le queda más remedio que ser un importador neto de esos fondos. Esto mantiene fuerte al dólar, lo que, a su vez, perjudica la competitividad y aumenta los déficits comerciales. Pero los dos primeros son trenes expresos hacia una mayor deuda nacional, y explican por qué se ha disparado. Esto se debe a que sin una deuda creciente que compense esa menor demanda por exceso de ahorro, la economía sería más débil y el desempleo más alto.

La conclusión es que el aumento de la deuda estadounidense no es simplemente el resultado de un gasto desenfrenado. Es un problema estructural ligado a la desigualdad de ingresos y a la dinámica comercial. Y hasta que no se aborden estas cuestiones, Estados Unidos estará entre la espada y la pared, obligado a elegir entre más deuda o más desempleo. Los techos de deuda y los recortes del gasto no resolverán el problema. La única forma de romper este ciclo es replantearse las políticas que han contribuido a exacerbar la desigualdad.

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