• La gran incógnita estriba en saber qué resultados reales producirá la alianza Podemos-IU si se consuma tal alianza
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Produce estupor la variopinta reacción mediática que ha producido la encuesta del CIS que se ha publicado este mediodía; cuando es manifiesto que la distribución final de escaños dependerá sobre todo de un factor que en este momento no está determinado todavía: el pacto entre Podemos e Izquierda Unida. Algún medio considera las dos opciones, la de sumar y la de no sumar los porcentajes de Podemos (17,7%) y de IU (5,4%), según haya o no acuerdo.

Habrá que preguntarse si quienes aceptaron la transversalidad de Podemos y le votaron desde posiciones previas muy dispares seguirán haciéndolo una vez que Podemos se identifique con Izquierda Unida y se alíe con ella.

Cuando es manifiesto que la política no es una ciencia exacta y que las coaliciones no siempre suman los apoyos de los miembros que se alían. A día de hoy, la gran incógnita estriba en saber qué resultados reales producirá la alianza Podemos-IU si se consuma tal alianza. Porque no está ni mucho menos claro el aserto de que la coalición conseguirla el ‘sorpasso’ por relación al PSOE, algo que no ocurrirá si las dos formaciones van por separado.

Como es conocido, en 1986 se creó Izquierda Unida, una coalición vertebrada en torno al Partido Comunista de España, cuyas siglas eran ya incómodas cuando Occidente estaba cada vez más cerca de asistir a la caída del muro de Berlín. IU permaneció a la izquierda del socialismo y consiguió sus mayores apoyos estatales en las elecciones generales de 1996, bajo el liderazgo de Julio Anguita, cuando logró 21 escaños en el Congreso de los Diputados gracias al apoyo de más de algo más de 2,6 millones de electores. En 2015, con Alberto Garzón al frente, consiguió el mínimo respaldo en toda su historia, con menos de 930.000 votos (unos miles menos que los que obtuvo Gerardo Iglesias en 1986) y sólo dos escaños en la cámara baja.

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Este ha sido el tamaño real de la izquierda radical en España en los 37 años del régimen político: entre 0,9 y 2,6 millones de votos. De donde habrá que admitir que la mayor parte de los 5,2 millones de votos que consiguió Podemos junto a sus confluencias en las elecciones generales del pasado 20 de diciembre no provenían propiamente de la izquierda radical.

Y así fue, en efecto: según un estudio demoscópico de Sigma Dos, que se parece a otros realizados en el mismo sentido, casi 1,5 millones de votos que recibieron Podemos y sus confluencias le fueron arrebatados al PSOE; algo más de 500.000, al Partido Popular; 1,3 millones de votos fueron aportados por personas que se habían abstenido en elecciones anteriores; y 885.000 votos procedían de Izquierda Unida. Podemos se comportó como una fuerza típicamente transversal, ya que sus propuestas programáticas no fueron interpretadas en la vieja clave derecha-izquierda sino como una apuesta por algo muy parecido a un cambio de régimen.

Y si las cosas son de este modo, habrá que preguntarse si quienes aceptaron la transversalidad de Podemos y le votaron desde posiciones previas muy dispares seguirán haciéndolo una vez que Podemos se identifique con Izquierda Unida y se alíe con ella. No faltan quienes piensan –y Errejón está entre ellos, según ha manifestado- que este enclavamiento de Podemos en la izquierda radical supondrá una significativa pérdida de votos y representará el final de la búsqueda imposible de la hegemonía. Gramsci será enterrado bajo la losa de la alianza Podemos-IU.

Antonio Papell

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