• En el viejo contienente había quien celebraba calurosamente la llegada del nuevo presidente USA el pasado viernes
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Trump ha llegado al poder en los Estados Unidos gracias a la reacción silenciosa de los postergados por la globalización. Aunque Obama consiguió revertir la gran crisis económico-financiera de 2008 en términos macroeconómicos y hoy los Estado Unidos han alcanzado de nuevo el pleno empleo, es notorio que las clases medias no han recuperado su estatus anterior a la crisis. El norteamericano estándar ha visto retroceder su nivel de vida, cuando no descender su posición y su salario, disminuir su seguridad personal, acortarse sus expectativas, mientras la vertiginosa revolución tecnológica deja víctimas en las cunetas, seguramente inevitables pero que deberían ser socorridas a tiempo y reintegradas a la corriente general del país.

Lo grave del caso es que, frente a un fenómeno –la globalización— que es imparable y positivo en términos absolutos, Trump ha sabido explotar los miedos atávicos de sus potenciales electores, y ha logrado imponerse predicando simplemente soluciones reaccionarias y pusilánimes: el cierre de las fronteras a la competencia y a la inmigración, la expulsión de los inmigrantes que disputan el trabajo a los nativos, la introspección del país y el olvido de cualquier compromiso internacional que no sea estrictamente ventajoso para los norteamericanos, etc. Todo ello en medio de un rescate de los viejos valores individualistas, y del abandono brutal de los principios de solidaridad, equidad e integración social.

En los Estados Unidos, las protestas de la mitad de la población postergada al producirse este cambio brutal –cambio democrático, en todo caso, un dato que no debe olvidarse nunca y que debe hacer reflexionar sobre las causas intelectuales de la mudanza— no se han hecho esperar: el sábado, veinticuatro horas después de la toma de posesión de Trump (en medio de un ambiente desolado), muchos ciento de miles de mujeres se lanzaban a las calles a emitir un mensaje de protesta por la misoginia del nuevo jefe del Estado, y en son de advertencia frente a la arbitrariedad y las políticas desintegradoras. La prontitud y la magnitud de la protesta son bien expresivas pero siempre cabrá preguntarse, como ha hecho el propio Trump, por qué estas personas no votaron masivamente en las urnas.

Pero en Europa, había quien celebraba calurosamente la llegada del nuevo presidente USA: en Coblenza, en el corazón de Alemania, se reunían los representantes del populismo reaccionario europeo, que en el Viejo Continente está representado por organizaciones de extrema derecha que, más o menos consciente y explícitamente, son herederas del fascismo y del nazismo, los totalitarismos que engendraron las dos guerras mundiales que desangraron el mundo en el siglo XX. A Coblenza –también llamada Confluentes, un término dolorosametne evocador en estas circunstancias—, ubicada en Renania-Palatinado (a ambos lados del Rin en su confluencia con el Mosela), han acudido, rodeados de sus estados mayores, la francesa Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional; la alemana Frauke Petry, copresidenta de Alternativa para Alemania (AfD); el holandés Geert Wilders, líder del ultraderechista Partido por la Libertad, y el italiano Matteo Salvini, líder de la Liga Norte, para expresar una idea conmocionante, enunciada sin el menor pudor por Wilders: “ayer, una nueva América; hoy, Coblenza; y mañana, un nueva Europa”. Como es conocido, en 2017 habrá elecciones generales en esos cuatro países: en Francia, en Holanda, en Alemania y –probablemente- en Italia. Los demócratas tenemos motivos para echarnos a temblar.

"En Coblenza, en el corazón de Alemania, se reunían los representantes del populismo reaccionario europeo tras la investidura de Trump"

Dicha reunión, que tenía lugar mientras terminaba en Davos el Foro Global anual con la explícita decepción y la honda preocupación de los neoliberales presentes –no deja de tener su irónica significación el hecho de que la defensa de la libertad de comercio y de la globalización haya corrido a cargo del líder comunista de China—, resulta singularmente importante en un año como el actual en que medio Europa habrá de redefinir su destino… No hace falta gran capacidad prospectiva para entender que la Unión Europea, duramente golpeada por el ‘brexit’, no resistiría sin derrumbarse que la antieuropeísta extrema derecha de Le Pen llegara a la presidencia de Francia... Las encuestas, sin embargo, garantizan por ahora al Frente Nacional su paso a la segunda vuelta electoral.

Esta es la situación, que merecería una reacción inteligente de los líderes y de los gobiernos democráticos de Europa, si realmente se pretende detener la decadencia y retomar el control de la globalización en marcha, impulsando sus logros y minimizando sus efectos negativos.

Antonio Papell

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