• Sólo 42 de los 69 escaños atribuidos a Podemos son propios; los restantes han sido aportados por las confluencias
Iglesias-Errejon-portada

La crisis de Podemos ha desembocado en un estallido. La secretaría general del partido –es decir, Iglesias- ha destituido fulminantemente a su secretario de Organización, el errejonista Sergio Pascual, al responsabilizarle de las dimisiones de Madrid y de los síntomas de descomposición periférica del partido, cuyas confluencias podrían terminar distanciándose de la organización (como es conocido, sólo 42 de los 69 escaños atribuidos a Podemos son propios; los restantes han sido aportados por las confluencias: En Comú Podem con 12, Compromis-Podemos-Es el moment con 9 y En marea con 6).

La crisis ha estallado ahora pero viene de lejos. En realidad, el nuevo aparato de Podemos empezó a gestarse dos semanas después de las elecciones europeas de mayo de 2014, en las que Podemos irrumpió con fuerza con el panorama político y obtuvo 5 eurodiputados, Iglesias entre ellos. Varios centenares de militantes se reunieron en la Facultad de Filosofía de la Complutense bajo la dirección de Luis Alegre, elegido en primarias, de la cuerda de Errejón y actualmente responsable del partido en Madrid. Más adelante, aquellas estructuras se consolidarían en el gran encuentro de Vista Alegre, ya en octubre de aquel año. Iglesias, que había ocupado su escaño en Bruselas, cedió la mayor parte del protagonismo en aquel proceso a Errejón.

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Y pronto quedó claro que había “dos almas” en Podemos, muy distintas y quién sabe si irreconciliables en la práctica: la del ‘Podemos para protestar’ y la del ‘Podemos para ganar y gobernar’. La primera, más visceral y utópica, era la más cercana a Izquierda Anticapitalista, un partido que en teoría se diluyó en Podemos pero que todavía asoma sus perfiles entre bastidores. La segunda, pragmática, era la de Errejón.

Entre ambas visiones surgieron pronto varias diferencias de estrategia, la más relevante la ulterior a las autonómicas en Andalucía, donde la lideresa local, Teresa Rodríguez, impuso inclemente sus rígidas líneas duras al PSOE.

Pronto quedó claro que había “dos almas” en Podemos, muy distintas y quién sabe si irreconciliables en la práctica: la del ‘Podemos para protestar’ y la del ‘Podemos para ganar y gobernar’

Rodríguez fue finalmente arropada por Iglesias, lo que hizo imposible el pacto con Susana Díez, en contra de la voluntad de Errejón, más partidario de mantener una buena relación con los socialistas. Iglesias seria, pues, el leninista dispuesto a mantener viva la consigna de la Tercera Internacional: “a la socialdemocracia, ni agua”.

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Finalmente, las duras intervenciones de Iglesias en la sesión de investidura de Sánchez han terminado de acentuar la polarización interior. Errejón no ha disimulado su contrariedad ante la voladura de puentes con el PSOE, ni ante el tono abrupto utilizado por Iglesias en la primera parte del debate… Este nuevo choque ha agitado de nuevo al partido y hoy existe conciencia muy extendida en Podemos de que, una vez alcanzadas las instituciones, hay que proceder a una refundación del partido. Pablo Echenique, prestigioso en su organización, acaba de afirmarlo con rotundidad. Pero también en este asunto hay discrepancias entre las dos alas: unos piensan que hay que encomendar la renovación a las bases y otros que debe hacerse mediante un proceso de elaboración intelectual. Sea como sea, la colisión existe, y aunque la intensa amistad que han mantenido Iglesias y Errejón ha suavizado las fracturas, la confrontación se producirá antes o después. Quizá se logre una síntesis o quizá –es lo más probable- el pragmatismo termine imponiéndose. Al fin y al cabo, quieren asaltar el cielo pero no son ángeles.

Antonio Papell

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