El Supremo ha hecho lo mismo que la canción de Ricky Martin: un pasito palante y un pasito patrás. Algo que ha dejado su reputación a la altura del betún y que ha puesto en un brete la credibilidad internacional de España, una vez más. No aprendemos. El problema no es tanto la marcha atrás de esta semana diciendo que el impuesto debe pagarlo el cliente, como siempre había sido, sino la primera sentencia que cambiaba la doctrina tradicional. Esa es la que generó inseguridad jurídica y la que hizo que muchos inversores volvieran a ponernos la cruz como país.

Una vez metida la pata, había que buscar la mejor solución posible. Pues tampoco. Lo lógico habría sido mantener la doctrina nueva (lo paga el banco) pero sin efecto retroactivo para evitar el enorme impacto en las arcas públicas y numerosos problemas jurídicos. Pero el Supremo, en vez de eso, decide volver a la doctrina tradicional de que lo paga el cliente. Desprestigio total y pasto del populismo y la demagogia. Ya saben: el Supremo está vendido a la banca, la banca siempre gana, ya la rescatamos en vez de a la gente, etcétera.

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