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Las preguntas están en el aire: ¿puede considerarse Ciudadanos un partido bisagra? ¿Es lógico establecer un parangón entre Ciudadanos y el CDS?

En el sistema político español, normalizado a principios de los ochenta tras la desaparición de UCD y el surgimiento de una derecha que fue cuajando en torno a Manuel Fraga, ha registrado dos episodios distintos de ‘bisagras’, o partidos intermedios ubicados entre los grandes protagonistas: el Centro Democrático y Social (CDS) de Adolfo Suárez, fundado en 1982, y Unión, Progreso y Democracia (UPyD), surgido a iniciativa de Rosa Díez en 2007, hoy con grandes dificultades que hacen difícil su supervivencia.

El gran problema que hubo de afrontar el CDS en su efímera existencia fue que tuvo que cohabitar con un partido hegemónico, el PSOE, que gobernaba con mayoría absoluta.

El CDS tuvo su momento de mayor esplendor en las elecciones generales de 1986, en las que consiguió el 9,22% de los votos y 19 diputados al Congreso. En las siguientes, en 1989, ya tan sólo alcanzó el 7,89% y 14 diputados, y perdió toda la representación en 2003. Llegó a tener siete europarlamentarios en las europeas de 1987 y cerca de 6.000 concejales en las municipales de aquel mismo año.

El gran problema que hubo de afrontar el CDS en su efímera existencia fue que tuvo que cohabitar con un partido hegemónico, el PSOE, que gobernaba con mayoría absoluta. En aquellas circunstancias, su papel fue testimonial, irrelevante, tan sólo sostenido por la eminencia de su líder, que había conseguido forjarse una clientela personal, que poco a poco fue desertando.

Además, el CDS fue víctima del sistema electoral español: le ley d’Hondt castiga durísimamente al tercer partido en competición, lo que le resta potencia y visibilidad y obliga a los electores a plantearse la utilidad del voto.

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LO QUE APORTA LA EXPERIENCIA

La experiencia europea aporta dos constataciones a la existencia de los partidos bisagra: una primera es que su gran oportunidad es la de completar las mayorías relativas para formar gobiernos, lo que les otorga una gran capacidad de influencia: es el caso del los liberales alemanes del FDP, que han gobernado con el SPD y con la CDU/CSU en distintas etapas, o el de los liberaldemócratas británicos que acaban de concluir una etapa de coalición con los tories.

En el caso de Ciudadanos, este partido ocupa una ubicación intermedia en lo ideológico, pero está por ver qué lugar ocupa en el ránking de partidos.

La segunda constatación es que las coaliciones son para esos partidos una especie de abrazo del oso, que las deja exhaustas: los liberales terminaron sus etapas de cogobierno con gran debilidad y los liberaldemócratas han sido laminados en las últimas elecciones. La razón es clara: la alianza desnaturaliza a las minorías y las incapacita para ponerse de nuevo en el mercado político.

En el caso de Ciudadanos, este partido ocupa una ubicación intermedia en lo ideológico, pero está por ver qué lugar ocupa en el ránking de partidos. Si es, como en Andalucía, tercer o cuarta fuerza, se verá castigado electoralmente por la ley d’Hondt. E inexorablemente tendrá que aliarse con uno de los dos partidos clásicos, PP o PSOE, lo que le otorgará una gran influencia y un significativo poder… a costa de un gran desgaste que le pasará factura en las elecciones siguientes.

Es el papel que corresponde a las bisagras, y no parece que estas reglas empíricas vayan a cambiar.

Antonio Papell

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