ep desabastecimiento en supermercado asturiano durante el paro del sector del transporte
EUROPA PRESS

Desde hace semanas se habla continuamente de las consecuencias directas e indirectas que la guerra iniciada por Rusia contra Ucrania está provocando a nivel mundial. El país ucraniano, que ya cuenta con más de 10 millones de huidos según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es el máximo perjudicado en todos los aspectos, pero el impacto global que está suponiendo a otros países, no necesariamente de Europa del Este, empieza a hacer mella en las diferentes economías. Un agente importante en el estrago causado es el papel que tiene el país ruso como proveedor de petróleo y gas al resto del mundo que, sumado a su condición de productor clave de productos agrícolas, deriva a la existencia de un riesgo real de escasez de alimentos en el futuro.

Atendiendo al papel representativo del país presidido por Vladimir Putin, no sólo se trata del tercer país con el porcentaje mayor de exportación de petróleo en el mundo por detrás de Estados Unidos y Arabia Saudí sino que, junto a Ucrania, representa el 30% de las exportaciones mundiales de trigo.

No cabe duda de que esto provoca estragos y condiciona a otras economías del mundo. Si se atiende a las consecuencias que origina la interrupción de las exportaciones de trigo, es evidente que los mercados emergentes van a sufrir un impacto desproporcionado. La gestora Schroders sitúa como principales destinos del trigo ruso a Egipto, Turquía y Bangladesh y menciona cómo la situación se puede agravar si los gobiernos de los países más ricos, como los de la Unión Europea, empiezan a intervenir en los mercados agrícolas subvencionando los precios de los alimentos para frenar la inflación que sufren sus ciudadanos.

De esta forma se originaría un escenario en el que la brecha de disponibilidad de alimentos entre las naciones más ricas y las más pobres se amplía aún más, con los precios elevándose por encima de lo que la gente pueda pagar en los países que ya sufren escasez de alimentos.

Por si fuera poco, no se trata del único inconveniente, y es que Rusia no sólo es un gran productor de trigo, también lo es de los recursos que se emplean en los productos fertilizantes, como el nitrógeno, el fosfato y la potasa (el término comúnmente utilizado para referirse a las formas nutrientes del elemento químico potasio). De hecho, según se informa desde Schroders, el 80% de toda la potasa exportada procede sólo de Canadá, Bielorrusia y Rusia siendo el 40% de los dos últimos juntos. Una representación de otro factor que, debido a la guerra y las sanciones contra Rusia, incrementa el impacto en empresas químicas europeas y, en mayor medida, en las que son proveedores de fertilizantes dependientes del gas natural procedente de Rusia.

Como se menciona anteriormente, los fertilizantes están compuestos de nitrógeno, fósforo y potasio y la escalada de precios de todas estas materias primas está afectando a los agricultores que, consecuentemente, disminuyen la demanda. Esto se refleja en los fabricantes de fertilizantes europeos y su reducción de la producción debido al aumento de los precios del gas natural.

Scope Ratings, empresa especializada en calificación y análisis de instituciones financieras, pone como ejemplo a Yara International, una empresa noruega de industria química que ha suspendido todas las compras a las empresas y particulares rusos afectados por las sanciones, y que está reduciendo temporalmente la producción de sus plantas de Ferrara (Italia) y Le Havre (Francia) a aproximadamente el 45% de su capacidad.

La invasión como condicionante en el suministro de fertilizantes y alimentos sumado a que la seguridad alimentaria ya se encuentra en precariedad por el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos, contribuye a una situación de presión sobre los cultivos.

El informe de impacto del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), afirma categóricamente que "el cambio climático ejercerá una presión cada vez mayor sobre la producción y el acceso a los alimentos, especialmente en las regiones vulnerables, lo que socavará la seguridad alimentaria y la nutrición. A 2°C o más, el calentamiento global debilitará progresivamente la salud del suelo y los servicios de los ecosistemas, como la polinización, aumentará la presión de las plagas y las enfermedades, y reducirá la biomasa de los animales marinos, socavando la productividad de los alimentos en muchas regiones en la tierra y en el océano".

En un contexto en el que, de no haber control, podrían darse repercusiones extremadamente negativas en todo el mundo, desde Schroders creen que una solución es la creación de un sistema alimentario y de agua sostenible con una inversión de 30 billones de dólares de aquí a 2050 para poder conseguirlo.

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