papa francisco

El Papa Francisco ha sido el muñidor de la reconciliación entre La Habana y Washington, y este largo viaje que actualmente realiza tiene por objeto reafirmar el clima propicio a la aproximación entre ambos países, que representará a medio/largo plazo –esto es incuestionable- la liberalización del régimen autoritario cubano.

Es lógico por tanto que los términos del viaje hayan sido pactados de antemano entre La Habana y El Vaticano, e incluso puede entenderse que el Papa Francisco vaya con exquisito cuidado en su intervenciones para no poner palos en las ruedas del proceso.

La Iglesia, que tanto énfasis pone en condenar el pecado de escándalo, debería saber que resulta escandalosa la condescendencia con los sátrapas, sin recordarles a la cara su pecado autoritario.

Pero no es aceptable que el Pontífice, que se ha convertido en sus dos años y medio de mandato en una voz crítica contra la opresión y la injusticia en el panorama mundial, orille absolutamente las cuestiones vitales de la persecución política que todavía se practica en la isla caribeña y de los presos políticos que se pudren en las cárceles del país. Porque en el contingente de presos indultados por el régimen con ocasión de la visita del Papa no había políticos.

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El absentismo papal adquiere dimensiones escandalosas después de las denuncias realizadas por algunos disidentes. Así por ejemplo, Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, explicaba el domingo que fue detenida por la policía castrista dos veces en las últimas horas para que no acudiera a la misa oficiada por el Pontífice ni accediera a la Nunciatura Apostólica. La represión ha hecho además imposible que los grupos opositores adquirieran la más mínima visibilidad.

Así las cosas, esta primera parte del viaje de diez días que el Papa está girando a Cuba y Estados Unido está lanzando un mensaje equivocado: no parece que el objetivo principalísimo de la reconciliación instada por El Vaticano sea el alivio de las condiciones de vida de los cubanos, que padecen una larguísima dictadura y carecen de los derechos civiles más elementales. Y si este designio humanitario y político no prevalece, la gestión papal carece de sentido.

El portavoz del Vaticano Federico Lombardi, preguntado al respecto, explicó ayer que no todo en el viaje del Papa son discursos públicos: “también hay asuntos que se tratan en privado”. Por supuesto que sí, pero la Iglesia, que tanto énfasis pone en condenar el pecado de escándalo, debería saber que resulta escandalosa la condescendencia con los sátrapas, sin recordarles a la cara su pecado autoritario.

Todavía puede el Papa Francisco enmendar sus derroteros y recuperar la iniciativa, pero de momento el viaje suscita una grave desilusión.

Antonio Papell

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