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Los inversores se enfrentan a menudo a una difícil decisión a la hora de decidir dónde invertir el dinero que tanto les ha costado ganar: ¿deben apostar por los flujos de caja estables de los bonos o intentar generar una mayor rentabilidad a través de las acciones? Comparar qué activo ofrece el mejor valor (o, cuál es "más barato") es una parte importante de la decisión. Pero comparar las valoraciones relativas de estas dos clases de activos no es tan sencillo como parece: tienen perfiles de riesgo diferentes, se ven sometidos a fuerzas económicas distintas y atraen a públicos diferentes.

Pero hay un truco rápido para ayudarnos: el modelo de la Fed. Compara la rentabilidad esperada de un índice bursátil como el S&P 500 (es decir, el beneficio que se obtiene por cada dólar invertido) con la que se obtendría de los bonos del Estado a largo plazo, como el Tesoro estadounidense a 10 años. No es un instrumento perfecto, pero puede darnos una idea aproximada de qué activo es más barato desde el punto de vista de la rentabilidad: cuanto más alta sea la rentabilidad, más probabilidades tendremos de ganar en relación con el precio que pagamos.

Durante los últimos 20 años aproximadamente, el modelo de la Reserva Federal se ha orientado hacia las acciones. Esto ha sucedido porque los bonos no daban la talla: tenían rendimientos tristes y bajos, y apenas margen de seguridad. Como las acciones resultaban ser el único sitio donde obtener beneficios decentes, todo el mundo hablaba de "TINA", el acrónimo del mercado para "No hay alternativa" (“There Is No Alternative” en inglés). Pero recientemente, el guion ha cambiado.

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Por primera vez en más de dos décadas, los bonos del Tesoro rinden más que las acciones, dando la patada a TINA y trayendo a TARA ("Hay Alternativas Reales"/There Are Real Alternatives en inglés). Y eso es bueno para los bonos, que vuelven a parecer más atractivos. Pero no es tan bueno para las acciones: su menor rentabilidad significa que su colchón de seguridad ha desaparecido.

Sin embargo, esto no es motivo para apostar ciegamente por los bonos del Tesoro. Sus mayores beneficios no garantizan una victoria: el aumento de la inflación y de los tipos de interés, o una avalancha de bonos en el mercado, podrían hacer caer sus precios y diluir esas tentadoras rentabilidades. Y tampoco es una razón para alejarse ciegamente de las acciones. Su menor rentabilidad no significa que estén condenadas: en realidad, indica que los inversores están apostando fuerte a que superarán a los bonos y tienen la suficiente confianza como para renunciar a una mayor red de seguridad.

El modelo de la Reserva Federal puede ser tosco, pero apunta a una conclusión bastante clara: el hecho de que, en estos momentos, los bonos del Tesoro podrían ofrecer un margen de seguridad mayor que las acciones. Por supuesto, no nos dirá si las acciones se comportarán mejor el año que viene, o los bonos. Pero en un horizonte a más largo plazo, las valoraciones importan, y el modelo de la Reserva Federal nos ofrece una pista que no conviene ignorar.

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