Lecciones de Grecia y el temor a la ruptura de la zona euro

Una verdadera unión política podría evitar que se minen los fundamentos de una divisa común extremadamente frágil

  • Nadie sabe, en realidad, la magnitud de la hipotética catástrofe de una salida de Grecia
Antonio Papell
Bolsamania | 23 jun, 2015 12:23 - Actualizado: 15:05
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Es bien evidente que la Unión Europea no podía permitir la salida forzada de Grecia de la Eurozona por las discrepancias entre el actual gobierno heleno, que prometió irresponsablemente a sus electores el fin de los recortes, y las instituciones supranacionales que mantienen unas mismas reglas de juego para todos.

La ruptura hubiera supuesto, como mínimo, un grave quebranto de la solidez de la moneda única, y quién sabe si hubiese tenido consecuencias mucho mayores sobre el sistema financiero (nadie sabe, en realidad, la magnitud de la hipotética catástrofe, y quienes la niegan son los mismos economistas que negaron la crisis cuando la tenían ante sus ojos).

Hay que reconocer que la benevolencia con que la Eurozona ha tratado a Grecia sienta un pésimo precedente...

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Thimoty Garton Ash ha resumido estas ideas en un brillante artículo, “Salvar a Grecia por el bien de Europa”, en el que sostiene que Europa debe salvar a Grecia porque las consecuencias de que permanezca en la eurozona serán malas, pero las de que se vaya serían aún peores. No solo económicas, sino humanas, geopolíticas e históricas. Europa no volvería a ser la misma.

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Dicho esto, hay que reconocer que la benevolencia con que la Eurozona ha tratado a Grecia –terminará disfrutando de unas condiciones mucho más suaves que las que se impusieron a los demás países afectados por la crisis- sienta un pésimo precedente: el temor a la ruptura de la zona euro es un arma que los díscolos utilizarán para conseguir excepciones ventajosas.

Lo que a su vez demuestra la gran debilidad política de la UE, que le obliga a aceptar esta clase de chantajes. España, Italia, Portugal, Irlanda y otros países han actuado frente a la crisis de acuerdo con el consenso europeo, lo que ha supuesto una renuncia de facto a la soberanía nacional en tales materias. Grecia, en cambio, no ha querido plegarse y ha llevado al poder a Syriza para que desarrollara la díscola resistencia a la que hemos asistido, al menos hasta ayer. Ello demuestra que no deberíamos fiarnos tan sólo de la buena voluntad de los socios de la Eurozona: sólo una verdadera unión política, con unos poderes democráticos de rango europeo que asuman de hecho y de derecho gran parte de la soberanía de los Estados, podría evitar en el futuro con las debidas garantías nuevas disidencias nacionales que minen los fundamentos de una divisa común que es extremadamente frágil si no se fundamenta sobre una auténtica comunidad política.

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