• La opinión pública paga el salario a sus políticos para que le presten servicio y no para que la sorprendan
  • 'Es descorazonador que el que hoy es objetivamente primer partido del país no vea que las grandes demandas sociales reclaman otros comportamientos'
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Tras el 24M, fecha electoral en que el PP confirmó los peores pronósticos –la pérdida de casi todas las mayorías absolutas que le proporcionaban una posición hegemónica en las instituciones y el descenso a un techo electoral del 27%-, Rajoy manifestó, ante el estupor general de su propia gente, que no había que alarmarse, que los errores provenían exclusivamente de ‘problemas de comunicación’ y que no procedía por tanto hacer cambios ni en el partido ni el Gobierno.

Sus barones territoriales, descabalgados por el gran tsunami, no pensaban sin embargo lo mismo, y empezaron a anunciar sus decisiones radicales: los presidentes salientes de Baleares, Comunidad Valenciana, Castilla-León, etc. anunciaban su marcha, proponían congresos extraordinarios, recomendaban rectificaciones, daban en suma visibilidad a la débacle, que obviamente no se debió tan sólo a ‘problemas de comunicación’. Y Rajoy, muy de mala gana –tan ostensible como siempre-, tuvo que plegarse a la evidencia y en un rapto de audacia llegó a anunciar cambios antes de finales de junio.

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Pues bien: como diría Horacio en los albores de nuestra era, parieron los montes y alumbraron un minúsculo ratón. Los cambios podrían simbolizarse perfectamente en la impertérrita pervivencia en la alta dirección del PP del veteranísimo Javier Arenas, quien, como todo el mundo sabe, es el paradigma de la modernidad, de la apertura, de la regeneración democrática, de la nueva concepción abierta de los partidos políticos. Y en la designación –como siempre, a dedo- de un pequeño grupo formado por personas “lo más parecidas posible a Ciudadanos”, en lúcida descripción de la periodista Lucía Méndez.

Personas sin duda brillantes y prometedoras pero seleccionadas con el criterio arbitrario del líder –sin posibilidad de promoción interna reglada y participativa- y absolutamente desconocidas fuera de su ámbito de actuación política.

Cospedal, salvada de la quema pero relegada tácitamente a una evidente posición secundaria.

Todo ello se ha aderezado con la muy oportuna salida por la puerta de atrás de Floriano y González Pons y por el nombramiento poco imaginativo del propio jefe de Gabinete de Rajoy como director de la campaña de las generales, lo que deja poco espacio a Cospedal, salvada de la quema pero relegada tácitamente a una evidente posición secundaria.

Lo que las nuevas mayorías rechazan de la “vieja política” es la oligarquización de los partidos, esos modos de proceder autistas que aún mantiene el PP...

LO QUE NO HA ENTENDIDO

La realidad es, pues, que Rajoy no ha terminado de entender cuáles son las demandas del electorado. Lo que las nuevas mayorías rechazan de la “vieja política” es la oligarquización de los partidos, esos modos de proceder autistas que aún mantiene el PP, que celebra congresos cada ¡cuatro años! y se convierte durante los periodos intermedios en una organización oscura e impermeable en que las decisiones del líder son inescrutables, imprevisibles y arbitrarias. Tanto, que la expectación suscitada al sugerir unos cambios que no llegan o que se demoran en exceso termina siendo una falta de respeto a la opinión pública que paga el salario a sus políticos para que le presten servicio y no para que la sorprendan.

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No todo ha sido negativo en la irrupción pública de Rajoy ni en su ‘hoja de ruta’ hacia las elecciones: es plausible la convocatoria de una Conferencia Política (11-12 de julio) siempre que sirva realmente para escenificar un auténtico y franco debate de ideas; es razonable que el Gobierno popular prepare los presupuestos para 2016 porque es serio cumplir las previsiones procesales que marca la propia Constitución, aunque el PP no esté seguro lógicamente de poder gestionarlos en su momento. Es pertinente avisar a Artur Mas de que el Estado será firme ante sus presiones soberanistas. Y es plausible el atisbo de autocrítica –incompleta- que ha deslizado Rajoy en su discurso.

Pero es descorazonador que el que hoy es objetivamente primer partido del país no vea que las grandes demandas sociales reclaman otros comportamientos, otra forma mucho más cercana de encauzar la representación política de las muchedumbres, muy disgustadas por el proceso político/económico de los últimos años.

Han sido estas reclamaciones las que han auspiciado el éxito de Ciudadanos y de Podemos, y las que está siguiendo el PSOE con la dificultad de ser él también un partido “viejo”, aunque dispuesto meritoriamente a adaptarse a los tiempos nuevos y a responder a las reclamaciones sociales que percibe a su alrededor y que son fácilmente audibles a poca atención que se preste. El PP, sin embargo, continúa encastillado en su hornacina. Con Javier Arenas como guardián de las esencias y varios millones de simpatizantes perplejos, buscando con preocupación el destino de la confianza que desean depositar en los aledaños del centro-derecha, cuyo más genuino representante continúa, en cierto modo, ausente.

Antonio Papell

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