Cinco años de Draghi: cuando "hacer todo lo que sea necesario" no basta (y hasta sobra)

El banquero italiano celebra este martes cinco años justos al frente del BCE

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Bolsamania | 01 nov, 2016

Actualizado : 12:00

Todo estaba preparado para que Axel Weber fuera el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE). Tras un holandés -Wim Duisenberg- y un francés -Jean-Claude Trichet-, Alemania por fin iba a tener a uno de los suyos al frente de la institución. La ortodoxia estaba garantizada. Pero no fue así. Con la crisis obligando a la entidad a explorar sus límites, y alegando falta de apoyo, Weber renunció. Fue entonces cuando emergió la figura de un italiano, Mario Draghi, que este martes celebra ya cinco años justos como presidente del BCE.

Y vaya cinco años. Posiblemente, a Weber se le escapará una mueca de alivio si piensa que podría ser él, y no Draghi, el que hoy soplaría una tarta con cinco velas. Pero no. El encargado de hacerlo es el italiano, cuyo mandato se ha ganado un sitio absolutamente seguro para la historia.

No le hizo falta casi nada de tiempo para evidenciar que su gestión iba a traer, más que aire, un auténtico torrente de viento fresco para el BCE. En su primera reunión, celebrada el 3 de noviembre de 2011, rebajó los tipos de interés en un cuarto de punto, hasta el 1,25%. Desde la perspectiva actual, y con la avalancha de medidas que ha venido luego, aquella carta de presentación apenas es una anécdota.

Porque el bisturí monetario de Draghi ha cambiado extraordinariamente la fisonomía de la institución. Ha seguido fiel al mandato fundamental de garantizar la estabilidad de los precios e intentar que la inflación se mantenga por debajo, aunque cerca, del 2%... pero a su manera. Es decir, utilizándolo precisamente como parapeto para justificar sus medidas expansivas, cuando lo habitual era hacerlo para sostener las decisiones contrarias.

El banquero italiano ha hecho de todo. Y todo prácticamente hasta el límite -e incluso más allá- de su jurisdicción, puesto que algunas de sus estrategias trascienden lo monetario y tienen evidentes implicaciones fiscales -un terreno que no le compete-. La secuencia, impresiona, y obliga a coger más aire que el que requiere soplar cinco velas.

El banquero italiano ha hecho de todo. Y todo prácticamente hasta el límite -e incluso más allá- de su jurisdicción

Ha rebajado los tipos de interés oficiales en ocho ocasiones, hasta alojarlos en el 0%; ha situado los tipos de interés de la facilidad de depósito por debajo del 0% -sí, en terreno negativo- por primera vez en la historia, hasta ubicarlos en el -0,40%; ha lanzado distintos programas de financiación bancaria a muy largo plazo, con los que en total ha suministrado a las entidades casi dos billones de euros -brutos-; ha contenido las dudas sobre el futuro del euro con programas que ni siquiera han sido estrenados, como las Operaciones Monetarias de Compraventa (OMT, por sus siglas en inglés) lanzado en septiembre de 2012; y ha puesto en marcha un programa de compras de activos (APP, por sus siglas en inglés), con el que ha inyectado ya 1,3 billones de euros en el sistema mediante la adquisición de deuda pública, hipotecaria y corporativa.

Con todo este bombeo de dinero, Draghi ha engordado el balance del BCE como nunca. Alcanza ya un volumen de 3,49 billones de euros, cuando él lo heredó en los 2,33 billones. Y seguirá creciendo, puesto que el BCE continuará dedicando 80.000 millones de euros al mes, al menos hasta marzo de 2017, a la compra de activos en el mercado.

AQUEL MENSAJE DE JULIO

Pese a la magnitud de estas actuaciones, su mandato está marcado -y siempre lo estará- por el histórico mensaje que lanzó el 26 de julio de 2012. Ese día, con España contra las cuerdas pese a que ya había pedido el rescate bancario y con la viabilidad del euro totalmente cuestionada, Draghi fue a por todas. "Dentro de nuestro mandato, dentro de nuestro mandato -sí, lo dijo dos veces no por casualidad, sino con toda la intención-, el BCE está preparado para hacer lo que sea necesario para salvar al euro. Y créanme, será suficiente", afirmó categóricamente en Londres.

Con estas palabras, el banquero italiano se echó al euro a la espalda. Con este histórico compromiso selló las maltrechas costuras de la moneda única. Con esa promesa se equipó, primero, para lanzar el OMT dos meses después y, más adelante, para ampliar las medidas monetarias de corte expansivo aplicadas por la entidad, con el APP como estandarte.

...PRESO DE SUS PALABRAS

Ahora bien, aquellas palabras también le han hecho rehén de su propia estrategia. Draghi enarboló con tanta fuerza y de manera tan pública la bandera del euro... que le ha correspondido a él mantenerla en pie casi en exclusiva. A las autoridades políticas -europeas y nacionales- les ha venido muy bien su compromiso para no quemarse tanto -o, al menos, intentarlo- durante la crisis. Ya acudirá Draghi al rescate, han interpretado. Y lo mismo han hecho los inversores y los mercados financieros, que han reeditado la famosa 'Greenspan put', creada para aludir a que el expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, siempre saldría en auxilio para evitar males mayores, para convertirla en la 'Draghi put'.

En cada intervención, en cada discurso público, los llamamientos de Draghi a la clase política han sido constantes durante estos cinco años. Les ha pedido que aprovecharan el tiempo que han comprado sus medidas monetarias y acometieran las reformas estructurales que necesitan los países del euro y el conjunto de la Eurozona. Incluso él mismo ha reconocido el alcance limitado de las medidas monetarias y la necesidad de que se vean reforzadas por reformas y una política fiscal adecuada para que las iniciativas del BCE desplieguen todo su potencial. Pero ni por esas.

Y lo cierto es que, sin ese complemento, al arsenal monetario le falta potencia para impulsar una recuperación vigorosa. Por ahora, durante la mayor tiempo de su mandato, la inflación ha estado claramente por debajo del 2% y, de hecho, es inferior al 1% desde finales de 2013, con incursiones en terreno negativo. En octubre, y por la subida del precio del petróleo, la tasa interanual de inflación repuntó al 0,5%, el dato más alto desde junio de 2014. En cuanto al crecimiento, la Eurozona no pasa de ofrecer unos ritmos demasiado moderados. Entre julio y septiembre, la región se expandió un 0,3% con respecto al trimestre anterior. Según las propias previsiones del BCE, la inflación no se acercará al 2% hasta 2018 y el crecimiento será inferior al 2% al menos hasta ese mismo año.

FUTURO INCIERTO

La insuficiencia de estos ritmos ejerce un creciente desgaste sobre Draghi. Lo mismo que otros efectos de su política. El principal, por no tener tampoco precedentes y por el mayúsculo cambio de paradigma que supone, consiste en los tipos negativos que ofrece una porción cada vez mayor de la deuda pública europea. No es el único banquero central que está inflando el precio de los bonos soberanos, pero Draghi, con sus bajos tipos y con sus compras de activos, realiza su contribución particular a la que amenaza con ser la mayor burbuja financiera de la Historia.

Y aún hay más, como el hecho de que la abundante liquidez que ha puesto a disposición de los bancos siga sin canalizarse a la economía real y vuelva en gran medida a la ventanilla del BCE. En la actualidad, el dinero sobrante en la Eurozona supera diariamente el billón de euros, otro registro sin precedentes. "Los tipos de interés negativos persiguen el intentar influenciar a los bancos comerciales para que hagan fluir una parte de sus enormes reservas depositadas en los bancos centrales hacia el sector privado, de forma que así se reactiven la inversión y el crecimiento y con él se consiga subir la inflación", expone Ignacio de la Torre, el economista jefe de Arcano. Pero añade: "Sin embargo, la evidencia de que esté consiguiendo resultados esta política en el tiempo que llevamos es bastante poco convincente".

Por mucho que sea 'SuperMario', Draghi no se libra de las crecientes dudas en torno a los banqueros centrales y su verdadera capacidad para desmantelar los estímulos de los últimos años

En conjunto, todo ello genera dos sensaciones en apariencia contradictorias, pero totalmente conectadas y lógicas: por un lado, que con Draghi no basta; y por otro, que Draghi no debe ir más allá. Es decir, el banquero italiano debe huir de la tentación de perpetuar e incluso reforzar sus políticas como si fueran el único resorte de la Eurozona. O como si se sintiera ungido para alcanzar logros mayores. Ya ha hecho mucho. Posiblemente demasiado.

"Los tres primeros años de Draghi fueron fabulosos, para quitarse el sombrero. Aplicó medidas de emergencia a situaciones de emergencia", valora el analista financiero Juan Ignacio Crespo. Pero su juicio cambia para la etapa posterior. "Los dos últimos años han sido prescindibles. Se ha equivocado. Ha seguido activando políticas de emergencia cuando la emergencia ya ha pasado", asegura en relación al periodo en el que ha puesto en marcha el APP y ha rebajado más los intereses.

Ese es, precisamente, el mayor peligro para Draghi. El de insistir en el error. Y agravarlo con una ampliación del programa de compra de activos con las condiciones actuales más allá de marzo de 2017. "Prolongar el APP y retrasar su progresiva reducción amenazaría con romper la armonía en el Consejo de Gobieron del BCE. Y sería un riesgo muy serio en una institución clave para la Eurozona", avisa Crespo.

Con su mensaje de 2012, emergió como 'SuperMario' el todopoderoso. El salvador. Ahora, y como ocurre con los principales banqueros centrales del mundo, cada vez parece menos lo primero e impone más miedo lo segundo. De hecho, se amontonan las dudas acerca de los efectos secundarios que su política monetaria puede provocar y sobre su verdadera capacidad -y voluntad- para desmantelar las medidas expansivas de los últimos tiempos.

Draghi ya ha consumido cinco de sus ocho años al frente del BCE. Todavía tiene tres por delante. Pero se antojan pocos para todos los desafíos que afronta. Y, sobre todo, para alcanzar siquiera a descifrar las auténticas consecuencias de todo lo que ha hecho durante estos cinco primeros años.

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