Letizia_Saluda

Sus críticos dicen que es demasiado fría, demasiado delgada, demasiado distante y, sobre todo, demasiado perfecta. El drama de la Reina Letizia es que quiere hacer las cosas bien y acaba haciéndolas demasiado bien.

España es un país en el que, nos guste o no, no se perdona a quien destaca por ser bueno en algo. Eso de “tender a la excelencia” no va con nosotros y, como alguien dijo alguna vez, “prefiero que mi hijo tenga amigos y saque peores notas a que sea el mejor de la clase y no le puedan ver”. ¿Algo así le pasa a la Reina Letizia? Posiblemente. Cuando uno no se equivoca nunca, o parece no equivocarse, y siempre dice lo que debe, viste como debe, se comporta como debe, inevitablemente aparecerá alguien dispuesto a buscarle algún supuesto defecto, dispuesto a abrir aunque sólo sea una pequeña grieta en la seguridad de esa persona que todo lo hace bien.

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España es un país en el que, nos guste o no, no se perdona a quien destaca por ser bueno en algo

Pero además, hay otra consecuencia de ser tan perfecto. Cuando alguien no comete fallos tiende a alejarse de la gente “normal”, que sí los comete. Cuando uno es intachable, genera, lo quiera o no, una brecha con los que, en principio, no lo son tanto, y es una brecha que, si no tiene cuidado, se convierte en insalvable.

“Letizia es una mujer tremendamente perfeccionista hasta límites insospechados. Se nota en su físico... en su forma de entender la institución. No es cercana. El Rey Juan Carlos siempre ha sido más cercano, la Reina Sofía ha sido más fría pero siempre ha tenido una parte humana más sensible”, comenta la periodista Beatriz Cortazar a Bolsamanía.

Pero, para Cortazar, “Letizia se ha encorsetado en el distanciamiento” y no ha tendido el puente que se esperaba de ella: “Yo creo que el 'pueblo' se ha llevado cierta decepción porque pensaba que, al ser una persona del 'pueblo', de una familia trabajadora, iba a ser un puente para reducir el distanciamiento de la Casa Real”.

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Pero nuestra reina aprendió demasiado pronto que el exceso de “campechanismo” tampoco gusta y sacrificó esa cercanía en aras de la profesionalidad. Dignificar la institución y mejorarla, un término medio sin salidas de tono ni “innovaciones”, que pueden gustar a muchos pero igualmente espantar a otros tantos.

LA HERENCIA DEL PASADO QUE LLEGA HASTA HOY

Y es que a la Reina Letizia parece pesarle todavía el “único error” que ha cometido ante la opinión pública en todos los años desde que la conocemos, que tuvo lugar justo el día en que se presentó ante los medios. En un país excesivamente cortesano como es el nuestro, las famosas dos palabras -“Déjame terminar”- que soltó a “bocajarro” al entonces Príncipe Felipe le pasaron factura y desde entonces no ha vuelto a permitirse ni un solo lapsus.

A la Reina Letizia parece pesarle todavía el “único error” que ha cometido ante la opinión pública, el famoso "Déjame terminar"

La consecuencia añadida de toda esto, de toda esa presión a la que parece estar sometida, toda esa ausencia de relajación, como si tuviera muy presente que la están observando mil ojos, es la falta de naturalidad, una “frescura” que mucha gente parece echar de menos.

“Se tiene que relajar. El contraste de vida ha sido tan brutal que ella no acaba de encajar en el rol. Salen inseguridades y dudas y eso hace que se pierda ese calor”, añade Cortazar.

A LA BÚSQUEDA DE LA DISCRECIÓN

Podría decirse que incluso la boda de nuestros reyes fue fría (y no sólo por el mal tiempo y la lluvia), con una puesta en escena que ya permitía augurar como serían las cosas en adelante. No debemos olvidar, además, que nuestros monarcas tuvieron la “mala suerte” de contraer matrimonio justo después, precisamente, de la boda de Federico y Mary de Dinamarca (el 14 de mayo de 2004 mientras que la boda de Don Felipe y Doña Letizia tuvo lugar el 24 de mayo), un evento que estuvo marcado por las lágrimas de él y la emoción generalizada, por no hablar del beso en la boca que coronó el enlace, que dejó en muy mal lugar el “casto” beso en la mejilla que el rey dio a Doña Letizia en el balcón del Palacio Real.

Sale perdiendo especialmente nuestra monarca cuando se la compara, y se la compara sobre todo con la Reina Máxima de Holanda

Desde entonces, todas las apariciones públicas de nuestros monarcas están marcadas por esa búsqueda de la discreción, del “no dar que hablar”, que algunos llegan a calificar de aburrido. Incluso el día de su coronación, impecable en todos los sentidos, con todos los detalles medidos hasta el extremo, resultó para algunos demasiado gris... demasiado perfecto de nuevo.

Sale perdiendo especialmente nuestra monarca cuando se la compara, y se la compara sobre todo con la Reina Máxima de Holanda, por los muchos paralelismos entre ambas parejas. Las encuestas siempre dan como ganadora a Máxima y, aunque se reconoce que Doña Letizia cada vez tiene más “seguidores”, especialmente fuera de nuestro país, le sigue faltando ese toque de la reina holandesa, su espontaneidad y, sobre todo, su sonrisa... muy rotunda y radiante.

“La sonrisa de Máxima no le cabe en la cara”, dice Beatriz Cortazar. A nuestra reina le hace falta soltarse y, probablemente, también una sonrisa rotunda.

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LA MISMA PERFECCIÓN SIN QUE SE NOTE TANTO

¿Debería nuestra reina empezar a cometer errores, debería dejar de ser tan perfecta para ser más aceptada? Probablemente no. Seguramente, lo ideal sería que siguiera haciendo las cosas igual de bien pero sin que se note tanto. Cumplir con los protocolos, las diplomacias, la corrección...con todo lo que exige su puesto, pero “barnizándolo” con un porte más relajado, con alguna que otra salida de guión y con una sonrisa que le llegue a los ojos. ¿La seguirán criticando entonces? Seguramente sí porque, como muy bien saben, “es muy difícil hacer las cosas bien y muy fácil criticar”.

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