Crítica: “Monuments Men”, de George Clooney

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Ser George Clooney no debe ser fácil. No, no es broma. Bueno, un poco. El riesgo que se corre siendo alguien como George Clooney, respetado actor, guaperas incontrovertible, y director en fase de consolidación, es alto. Puede que llegue un día en que estés demasiado contento de haberte conocido. Y salgan cosas como Monuments Men. Con Los Idus de Marzo, Clooney apuntaba maneras como cineasta, especialmente al ofrecer una crónica descarnada de lo que se cuece entre bambalinas durante el patético espectáculo de unas elecciones políticas. Los Idus olía a colonia cara, a puro, a sonrisa de atril y a sexo jugoso de becaria. Olía bien.

Monuments Men huele mal. Apesta a banderita americana, a edulcorante artificial, a historia real maqueada y envuelta con un lazo de barras y estrellas. Monuments Men arrastra desde el minuto 1 un tufo a lección moral (y de arte) by George Clooney. The man. The American. No, thanks.

“Por nuestra cultura, por nuestro modo de vida…” What? ¿Qué modo de vida, George? ¿Qué modo de vida defendéis, valientes rescatadores de obras de arte? A lo largo de la película, el jefe de la expedición aprovecha para soltar dos o tres peroratas sobre el valor de su misión. Pero no cuela. No hay misión desinteresada en una guerra. Ya somos mayores.

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Los nazis son el enemigo ideal. El diablo hecho carne. Una bendición –y que Dios nos perdone – para los guionistas de Hollywood faltos de inspiración. Es ver una esvástica en una película y ya sabemos que ellos son los que escupen en “nuestro estilo de vida”, nuestra libertad y nuestra cultura. Los nazis expoliaron obras de arte, y muchas fueron quemadas, especialmente aquellas conocidas como “arte degenerado”. Pero no fueron los primeros. Ingleses, franceses, españoles, norteamericanos, chinos… Todos los pueblos, aprovechando las guerras o las expediciones “civilizadoras”, cogieron lo que no era suyo. Y destruyeron lo que no entendían. Hitler quiso abrir un museo con todo lo robado. No pudo. Otros sí han podido.

Muchos de los museos más prestigiosos del mundo están erigidos sobre cimientos robados. ¿De quién son las obras de la Antigua Grecia que llenan el Museo Británico? ¿Y si pagas por una obra, sacándola de su contexto para llevartela al Met de Nueva York?  ¿Eso es defender la cultura? ¿O es trapicheo? Un museo es cultura, pero mejor si la cultura está en nuestro país. Así nos sacamos unos cuartos defendiendo la cultura. Clooney y los suyos se envuelven en la bandera estadounidense para contar una verdad a medias. El resultado es una película hipócrita.

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Monuments Men edulcora hasta el empacho un asunto mucho más complejo. Ese el fondo de la historia. El que nos molesta, nos repele. Pero hay más. Y no todo es cinismo. También hay buenas intenciones. Clooney pretende convertir su cinta en una peli de aventuras de cuño clásico. Un grupo de personajes variopinto (arquitectos, conservadores, expertos en arte) se calza las botas militares y se pone el fusil al hombro. Bill Murray, Matt Damon, John Goodman, Bob Balaban y el apoyo de Cate Blanchett.  Todo hace indicar que los mejores momentos de la película serán las situaciones humorísticas que vivirán esos personajes en un contexto extraño para ellos. Clooney y su equipo lo tenía a huevo. Pero ni eso. Ni con Murray y Balaban como la extraña pareja encargada de hacernos sonreír.

¿Y la aventura? Predecible y escasa de tensión. Llega el final de Monuments Men que huyen despavoridos al grito de “Que vienen los rusos, los robacuadros, los asaltavírgenes, los comebebes“. Y banderita de barras y estrellas al viento.

Concluyendo e intentando sintetizar. Monuments Men es una mediocre cinta de aventuras y drama con toques de humor que deja tibio. Y si escarbamos en su mensaje y trasfondo moral e histórico hasta podemos pasar del blanco tibio al rojo crispado. No queremos otro Robert Redford, señor Clooney. Ya es agotador tener uno.

Lo Mejor: la ambientación.

Lo Peor: No funciona bien ninguna de sus facetas: ni el humor, ni el drama, ni la aventura, ni, sobre todo, el trasfondo ético que roza el cinismo. Reparto desaprovechado. La música épica en una película así, sonroja.