Ópera prima: “La canción del camino” de Satyajit Ray

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No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el sol o la luna”. Son palabras de Akira Kurosawa que refrendan la importancia colosal que tiene la trayectoria de Satyajit Ray en la historia del cine. Porque el séptimo arte no empieza y termina en Hollywood, ni siquiera en Europa. En Oriente tenemos a varios de los artistas más importantes del cine a lo largo de su historia. De Japón surgieron maestros de la talla de Ozu, Mizoguchi, Kobayashi, Imamura o el propio Kurosawa. A otros países, con una industria menos poderosa a todos los niveles, les costó más, pero en la India surgió en los años 50 Satyajit Ray.

Nacido en una familia hindú de tradición artística, pronto manifestó gran interés por la literatura, pero la pujanza del cine en los años 40 le llevó a comenzar a colaborar con algunas pequeñas productoras de su país. Jean Renoir se convirtió en una de sus referencias. El estilo austero y con gran carga poética del cineasta francés influyó en su formación. Ray quería abordar temáticas propias de su país con el estilo neorrealista. de películas como Toni.

Se fijó en la novela de Bibhutibhushan Bandyopadhyay y se aventuró en 1955 con su ópera prima titulada Pather Panchali (también conocida como La canción del camino). Ray pensó en crear una trilogía y esta fue su primera parte. Poco más tarde llegaría Aparajito y después El mundo de Apu. Las tres forman la célebre Trilogía de Apu. No es fácil quedarse con una de ellas, pero tal vez la más brillante sea esta a la que hoy dedicamos un espacio.

Apu es el hijo menor de una familia que vive en una zona rural del Golfo de Bengala. Su padre es un sacerdote y poeta que sueña que ganarse la vida con sus versos. Su madre, una luchadora que se encarga de poner un poco de cordura en la familia (y también un poco de mala leche). Apu también tiene una hermana mayor y una abuela. Este último personaje interpretado por una señora muy mayor sorprenderá a los espectadores.

Impresiona esta ópera prima por la capacidad técnica de su director, por su brillantez a la hora de manejar la historia y, especialmente, por la profundidad poética de muchas de sus imágenes casi siempre filtradas por los enormes ojos de su niño protagonista. Una joya del cine surgida en la India en 1955.  (La música, por cierto, corre a cargo de Ravi Shankar).