Las cuatro películas del curso que me devolvieron la fe en el cine

 

“Yo soy yo y mis circunstancias”, decía la enriquecedora voz de Ortega y Gasset. Probablemente, nadie logró, ni logrará jamás construir una afirmación tan poderosamente cierta. La relación con el cine de un servidor y, probablemente, la mayoría de vosotros es una relación de auténtico amor. El problema es que el amor es una cosa compleja que, en función de infinidad de variables, puede verse afectado. ¿Por qué digo esto? Porque probablemente la culpa de que hubiese perdido parte de la fe en uno de los amores más longevos de mi vida fuese un problema de circunstancias más que de crisis creativa en el sector (que también está ahí). Incluso puede que el problema fuese el deseo acuciante de volver a sentir la magnífica sensación que te dejan las películas que te cautivan. Esa perturbación del ánimo al saber que has asistido a un espectáculo que no olvidaras. Estar embriagado de amor y excitación después del primer beso…

Pues bien. Esa sensación volvía hace doce meses. Como es evidente, cualquier palabra de este artículo es meramente subjetiva (¿no lo es siempre que hablamos de cine?), pero estás cuatro películas sobre la condición humana en su dimensión más turbia y la crisis del individuo me han devuelto la fe en el cine.

– Magical Girl: Cada minuto de metraje de “Magical Girl” es tan seductor, como desgarrador. La sobria apariencia del filme se convierte en el ejercicio estilístico más majestuoso que el cine nos ha ofrecido en varios años. El arte de la sugerencia elevado a la enésima potencia logran que nuestra excitación aumente según se suceden los impecables planos de la obra. Todo esta en su sitio, pero nada lo está. El orden impera hasta que uno de los personajes muestra su mirada o abre la boca para recitar unos diálogos que bien merecen el precio de la entrada. Cada trazo del dibujo que se esconde bajo el filme resulta de un movimiento de muñeca que no obedece a normas, ni conoce de autoridad alguna más que el mero deseo de hacer cine.

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– Foxcatcher: “Foxcatcher” no existe con la idea de agradar. Su ambición es la seducción de lo insano. Bennett Miller es un director que sabe demasiado bien lo que quiere contar y cómo lo quiere contar. No le tiembla el pulso ni un segundo al poner todo su talento al servicio de una historia que pasa, sin que nos demos cuenta, de lo mundano a lo fascinantemente turbio. El placer ofrecido por“Foxcatcher” no es el del sabor un caramelo ni el del olor de una rosa. Es algo más parecido a que te azoten con una fusta mientras te leen a Dostoyevski. Si alguien ha hecho alguna vez, la sensación no puede ser muy diferente a la que nos ataca cuando vemos descontextualizada figura de John du Pont entre las brumas y las praderas de su inabarcable propiedad. El personaje de John du Pont es lo que necesita Bennett Miller para demostrar que es de esos directores que van más allá. La sugerencia de cada plano, la atmósfera de cada momento, un montaje que se contonea como el mismo protagonista y el silencio como ruido convierten a“Foxcatcher” en una de las obras más hermosas y oscuras que hemos visto en mucho tiempo. Imposible no caer en las garras de una propuesta cinematográfica sin ninguna clase de complejo. Cuando terminen los títulos finales de “Foxcatcher”, no dudéis ni un segundo: salid a la calle, levantad la mirada al cielo y respirad bien profundo. De lo contrario, la perturbadora mirada de John du Pont os arrastrará hasta las tinieblas.

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– Whiplash: Ni treinta segundos tarda “Whiplash” en hacer que las miradas de Teller y Simmons se crucen. Ese es el momento en el que la corriente eléctrica empieza su arrollador camino. Es también el instante en el que acercamos nuestra mano y entramos en un circuito del que ya no podemos salir. Nosotros también somos llevados a extremos emocionales más propios de un thriller a la vez que chocamos con la esencia misma del ser humano al ser extraído de su vertiente social. s imposible no caer víctimas del preciso y precioso clima creado por Chazelle. “Whiplash” es de esas películas con las que te das cuenta que el cine siempre puede ir un paso más allá. La intimidad del retrato de una obsesión con la cara del sensacional Miles Teller y de un señor que ya sabíamos hace tiempo que es enorme, pero que el mundo parece haber descubierto ahora:J. K. Simmons. 

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– Nightcrawler: “Nightcrawler” se mueve con un intenso contoneo a lo largo de las casi dos horas de bofetada al espectador que el director se saca de la manga. Pese a que caminemos junto a un individuo con el que resulta demasiado complicado empatizar, algo nos va atrapando en el insano ambiente de la noche de Los Angeles. Mientras censuramos la falta de ética y relajación moral de Lou, nos sorprendemos a nosotros mismos buscando que el personaje vaya un paso más allá en sus ambiciones. Queremos un escalón más morboso del que nos da en cada nuevo encuentro con la sangre que salpica el pavimento de la sórdida ciudad. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Dan Gilroy no ha creado un personaje para dirigir el camino de la trama, sino que le ha puesto la cara de un demacrado e inquietante Jake Gyllenhaal a nuestro lado más perverso. Pocas veces la imagen del diablo ha sido tan oscura y sonriente. Suponemos que todos los que han torcido la cara ante la actuación de Gyllenhaal son los que se avergüenzan de su lado más tenebroso o que tratan de ocultarlo de forma enfermiza. En cualquier caso, aquellos que tengan el aplomo de devolverle la mirada a su “yo” más turbio encontrarán en este brillante thriller la esencia de esas películas que van más allá, aunque el más allá sea vil.

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