“Hasta el último aliento”, de Jean-Pierre Melville

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¿Qué tiene el género negro que despierta tanto interés? Ya sea en literatura o cine, el noir es un género en permanente sintonía con el público. Tal vez sea ese aire lacerante, la tensión de vivir en el límite, el atractivo que siempre tiene los mafiosos, los intuitivos inspectores de policía, las femme fatale, el humo de los cigarrillos… y las balas, las gabardinas. El estilo, en suma. Los personajes de una buena película de género negro tienen estilo.

No nos engañemos, también atrae este género por sus lugares comunes. El espectador de cine, en general, se siente más seguro entre clichés, aunque estos estén perfectamente engranados en la trama narrativa. Desde el minuto 1, el espectador sabe que el malo morirá, pero no importa, sigue con nervio la trama, esperando que llegue un final cantado.

¿Y los diálogos? ¿Existen diálogos más certeros (y antinaturales) que los de una película negra? El inspector de policía siempre tiene la frase adecuada, corta e hiriente. Es imposible tener tal don de la elocuencia, cuando, con todos mis respetos, la policía y el hampa no se caracteriza, precisamente, por su facilidad de palabra, por decirlo de algún modo.  Los policías y los mafiosos son los personajes más mitificados del cine. Pero si son los protagonistas de películas como Hasta el último aliento, bienvenida sea la hipérbole.

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El comisario Blot entra en un garito regentado por una facción de la mafia parisina. En una secuencia estupenda, el actor Paul Meurisse ejecuta un soliloquio brillante, pleno de ironía. Sí, es él, es el policía astuto, que no se pierde una, ese personaje que hemos visto mil veces en la pantalla. Los criminales le siguen el juego. Todo es mentira, la partida ha comenzado.

Jean-Pierre Melville es de esos directores que se han quedado en tierra de nadie. Muchas de sus mejores película se filmaron en plena efervescencia de la Nouvelle Vague, pero él iba a lo suyo, a pesar de que algunos de los niños terribles de aquella corriente le declararon amor eterno.

Melville debutó con El silencio del mar, un asfixiante drama bélico ambientado en la Francia ocupada. Todo el mundo ha visto La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan y cosas de ese tipo. Se interpreta que estas películas son la quintaesencia del cine sobre la II Guerra Mundial… Pero hoy no lloraremos.

Con tan solo tres actores, Melville logra mostrar un punto de vista aterrador e incisivo sobre los conflictos que originaron la II Guerra Mundial, sobre el orgullo nacional, la presunta superioridad de unos pueblos sobre otros, y la cultura como vaso comunicante entre esos pueblos. La bella, y luego desaparecida para el cine, Nicole Stephane era el personaje femenino de esa cinta. Más tarde sería la protagonista de Los niños terribles, la segunda película de Melville con guión de Jean Cocteau. Otra cinta a contracorriente, extraña, manierista y evocadora.

Pero a Melville le iba el hampa, el cine negro americano y pronto centraría todos sus esfuerzos en recrear y reinterpretar aquellas cintas míticas de los años 20 y 30, en clave europea. Dos hombres en Manhattan, con el propio Melville reservándose un papel principal, fue rodada con Nueva York como telón de fondo pero, a pesar de su calidad y atmósfera, no tuvo (ni tiene) el respeto del gran público ni de la crítica.

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No ocurre lo mismo con Hasta el último aliento, película que marca uno de los puntos culminantes de la carrera de Melville (que solo rodó 13 películas). Mientras en 1966 Godard y compañía ponían los cimientos del cine contemporáneo francés, Melville seguía empeñado en rodar el noir perfecto. Sin algarabía formal, sin rupturas estilísticas. Casi lo logra.

A lo largo de 2 horas, Hasta el último aliento nos hace contener el aliento, a pesar de que ya conocemos el inevitable final. Gu, Blot, Orloff, Jo y Paul Ricci, el joven Antoine, Alban, Manouche, la chica… Todos ellos, son los personajes que dan vida a esta joya del cine negro que tanto influyó a otros cineastas posteriores. Tarantino fue uno de ellos. Pero hay más.

Melville es el nexo entre el cine negro clásico y el noir contemporáneo. A pesar de ser un director poco célebre, ni siquiera reivindicado por hipsters, gafapastas  y especímenes de esa índole, conviene acercarse a su obra. No lo lamentarás.