El cinéfilo indignado: La publicidad antes de las películas

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Todavía recuerdo aquellos tiempos en los que al cine se iba a ver cine. No nos referimos solo a las películas. Antes de cada filme, tocaba una agradable ración de trailers que servían como adelanto para lo que estaba por venir. Lo habitual era disfrutar de tres o cuatro avances antes de que diese comienzo la película en cuestión. De hecho, para el momento en el que las luces se apagaban y comenzaba el pase de los trailers, todo el público se encontraba ya en sus butacas. Era parte de “el rito”: Cola de entradas, palomitas, trailers y película. Ese era el juego antes de estos días de infamia…

El pasado martes, un servidor acudía a uno de los cines más prestigiosos de Madrid con la firme intención de realizar “el rito”. La proyección de la cinta estaba anunciada para las 22:45. Hora orientativa, ya que el filme comenzaba a las 23:08. Nada más y nada menos que 23 minutos después de lo prometido. Anuncios de coches, compañías telefónicas, servicios de restauración próximos, proselitismo autonómico… Y entre medias, tres trailers.

Cualquier lector habitual de esta sección sabrá que el aquí firmante no es uno de esos románticos corruptos que piensan que lo viejo siempre es mejor. Me gustan las salas grandes en las que no me molesta la cabeza del espectador de enfrente y en las que no se escucha el sonido de la sala contigua. Pero el precio a pagar no puede ser de una pérdida de 20 minutos de vida. No hace mucho existían salas magníficas sin tener que tragarnos semejante prólogo. Los precios suben y las palomitas se pagan a precio de pepitas de oro. Esto se acepta en la medida en la que el servicio mejora. En cualquier otro panorama, la inflación resulta inadmisible.

Aquellos que hayan decidido disfrutar del gran éxito del año saben bien de lo que hablamos. Las proyecciones de “Jurassic World” iban precedidas de 20-30 minutos de publicidad previa. Algo que yo mismo sufrí en mis propias carnes en las cuatro ocasiones en las que acudí a mi cita con los dinosaurios (si. Soy un “dinoinmaduro”). Incluso comprobaría con estupor como el cambio de autonomía no influía demasiado en el tiempo de espera. ¿Qué significa esto? Que una persona a la que le guste acercarse al cine un par de veces al mes, perdería ocho horas al año viendo anuncios previos a películas. Mala inversión…

Por si no fuese suficiente con el coste en términos de vida, el espectador ha relajado su puntualidad. Conocedor de la carga publicitaria previa a la proyección, lo normal es que el flujo de personas dure varios minutos desde que se apagan las luces. Si tenemos en cuenta que el tiempo de anuncios es indeterminado, lo habitual es que el movimiento de personas al comenzar la película sea frecuente y molesto.

Así las cosas, hoy hemos decidido indignarnos por la amenaza a “el rito” que nos están planteando las salas.

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