¡Diablos, que “Waterworld” no era tan mala!

Es de esas cintas completamente estigmatizadas. Vale que no era la octava maravilla del mundo, pero ni provocó pérdidas económicas ni era nada aburrida. Los casquetes polares se han derretido y toda la Tierra está cubierta de agua marina. Los hombres sobreviven en plataformas flotantes y su principal ocupación es la búsqueda de agua dulce, el bien más preciado. Entre ellos circula una leyenda según la cual en algún lugar existe tierra firme. Un viajero errante y solitario que vive del trueque, llega un día a un atolón de chatarra y vende tierra a sus moradores, pero cuando éstos descubren que es un híbrido, mitad pez y mitad humano, lo condenan a muerte.

Debía ser el enésimo éxito consecutivo de Kevin Costner, pero nada más lejos de la realidad. Waterworld era extraña y parecía acercarse a la autoparodia en muchos momentos, por lo que rápidamente se instalaba en el imaginario colectivo como un desastre en todos los sentidos. La película hería de muerte la carrera del sensacional Kevin Costner, hasta el punto de obligarle a luchar durante décadas con aquel estigma. Injusto, sin duda.

Insistimos en que Waterworld no estaba para llevarse media docena de Oscars, pero seguro que la mayoría la habéis visto varias veces. ¿Por qué? Pues porque engancha de la leche. El filme es entretenido y divertido a rabiar. Hay cosas muy locas, pero ya va siendo hora de que reconozcamos que siempre nos lo pasamos bien con Waterworld. Kevin Costner se merece unas disculpas.