Crítica | “Upstream Color”, de Shane Carruth (“Primer”)

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El cine necesita a Shane Carruth. Durante 8 años, el director californiano mantuvo un largo silencio. Su proyecto A Topiary no vio la luz, no encontró la financiación prometida en Hollywood. Y volvió sobre sus pasos. Volvió al concepto de Primer, su primer largometraje. Upstream Color es otra producción independiente que navega a contracorriente, cine como manifestación artística, más allá de la rentabilidad y la taquilla. Cine para pensar, reflexionar y sentir.

¿El cine como entretenimiento?

Es un concepto equívoco. Upstream Color entretiene, entretiene el cerebro y el alma. Y los sentidos. El cine también debe dejar huella. Si no, solo es un pasatiempo, un juguete de usar y tirar. Una gran parte de las propuestas que llegan cada semana a las carteleras no son más que caramelos, golosinas para chupar durante 90 minutos. Y olvidar lo más pronto posible.

La tendencia del cine comercial durante los últimos años es preocupante. Las grandes corporaciones de Hollywood han tomado de referencia lo peor del cine de los 80. Le han cercenado su espontaneidad y frescura y lo han convertido en productos de consumo rápido. Y Hollywood como referente de la industria cinematográfica extiende su sistema por todo el mundo.  Francia, Reino Unido, Japón o España siguen el camino marcado.

El cine se infantiliza y el espectador asiente. Espectáculos visuales y ligeros que explotan la mitomanía y la nostalgia cinéfila. Siempre lo mismo y de la misma manera. El cine en las antípodas del arte. Películas que brotan de cadenas de montaje, con colores y aspectos diferentes. Pero iguales. Y el espectador asiente, paga y olvida. La industria considera que el espectador teme lo nuevo, lo diferente, que se asusta si no le envuelven los lugares comunes, que rechaza lo que no está masticado y listo para devorar. Tal vez tenga razón, viendo el panorama.

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Upstream Color es un soplo de aire fresco en la cartelera. Una cinta ambiciosa y original dirigida a un espectador exigente. Cine que traza un camino diferente, que explota nuevas posibilidades de este maltratado arte. Carruth combina ciencia-ficción, estructura elusiva, puzles narrativos y romanticismo marginal.

Dos adolescentes  hierven un gusano que ha surgido de unas orquídeas azules. Sufren una alteración en su comportamiento. Cierran los ojos y empiezan a repetir sus movimientos. Es una simbiosis. Un hombre introduce por la fuerza el gusano en una mujer. Es un negocio. Kris, la protagonista de Upstream Color, está a merced de su captor. Después, no recuerda nada. Paralelamente, un extraño personaje que graba sonidos ambientales atrae a Kris hacia el bosque. En una camilla, coloca a Kris. En la otra, a un cerdo. Una operación. Ambos seres quedarán conectados.

Kris y Jeff

¿De qué va Upstream Color? La película de Shane Carruth reflexiona sobre la identidad, sobre el ciclo de la vida, sobre la vinculación física y espiritual entre seres humanos. Y sobre nuestra conexión con la naturaleza. Upstream Color aborda también el amor como salvación, como esperanza, pero sobre todo como unión espiritual, como refugio de las almas perdidas.

Kris vive una vida sencilla, independiente, volcada en su trabajo. La terrible experiencia vivida con su captor cambia abruptamente el escenario. Llegan las pastillas, el aislamiento. Pero Jeff entra en su vida. Poco a poco, Jeff descubrirá que ambos están unidos por algo más que por la atracción física. Ambos comparten vigilante

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Upstream Color maneja una estructura narrativa singular, extremando los hallazgos de su imprescindible Primer. Son las imágenes, y no las palabras, las que cuentan la historia. Cine. Carruth rechaza la tiranía del guión clásico como vertebración de una narración cinematográfica. El director californiano sincopa escenas para construir un relato intelectual y emocional.  Es fácil detectar el influjo de Terrence Malick a nivel formal, pero Carruth maneja otra sensibilidad y persigue otros objetivos. Tal vez Upstream Color sea laberíntica, pero tiene un final. Solo hay que poner un poco de empeño para llegar. Merece la pena.

Como Giorgios Lanthimos, Shane Carruth es de esos cineastas que repiensan el cine como una manifestación artística. Que tratan de innovar, que consideran que su cometido va más allá de enriquecer a los productores y a sí mismos. Upstream Color es cine como arte. Es necesaria. Puede gustar más o menos, pero es necesaria.

Lo Mejor: cine que se toma en serio a sí mismo. Y al espectador. La música. El final.

Lo Peor: algunos de sus diálogos, más que crípticos, son antinaturales.

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