Crítica: “Morgan”

Nota: 6

De tal palo, tal astilla. El talento no tiene que ser algo que se herede, pero en este caso podríamos estar ante una de esas raras veces en que así sucede. A sus 48 años, Luke Scott ha decidido que es el momento de dar el gran salto. Tras varios trabajos como director de la segunda unidad en películas de su padre, el hijo del mismísimo Ridley Scott ha decidido lanzarse a la piscina con Morgan , su primer largometraje.

Quienes albergasen alguna duda, seguro que lo tienen claro después de ver la película: hay talento a raudales. Parece que Luke es digno sucesor de Ridley Scott, hasta el punto de que su primera obra es, como no podía ser de otra forma, ciencia ficción. Una compañía tecnológica crea una inteligencia artificial, sin ser conscientes de su verdadero potencial. Cuando las cosas comienzan a salirse de su control, deciden contratar a una especialista para determinar si acabar con la criatura o mantenerla encendida.

Con ese caldo de cultivo arranca un filme que sorprende en lo audaz de su propuesta. Muchas veces, todos cometemos el infeliz error de creer que la ciencia ficción se maneja en el campo de lo lúdico. Morgan existe para recordarnos que el hecho de hablar de una inteligencia artificial como centro de su argumento puede llevarnos a un profundo viaje cuyo destino es el conocimiento de la condición humana en la divina e impertinente ambición de la pura creación. Moralidad y suspense conviven en un filme de acaba pulcro que cualquier debutante envidiaría. Como no podía ser de otra forma, existen errores de principiante a la hora de llevar el tempo y la cinta flaquea en su tramo final, pero el peaje se antoja más que aceptable ante una pieza global más que satisfactoria.

Habra osados que busquen comparación con los tiernos inicios de Ridley Scott en el campo de la ciencia ficción. Las comparaciones son odiosas, pudiendo distraernos a la hora de valorar merecidamente el trabajo de un Luke Scott capaz de marcarse obras tan interesantes. El mundo está en sus manos y en el de fuerzas de la naturaleza como esa jovencita llamada Anya Taylor-Joy.

Héctor Fernández Cachón