Crítica: “Magical Girl”

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Nota: 9,5

“El cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel”. Estas palabras salían hace casi cinco décadas de la boca de uno de los más grandes cineastas que el mundo ha visto. Sir Alfred Hitchcock sabía de lo hermosos del cine. Nadie mejor que él representa la esencia de una industria en constante evolución. El bueno de Alfred caminaba por los senderos del celuloide en la búsqueda continua de contar historias. Historias que jamás dejaba que la realidad le estropease. Al gritar “acción” toda la maquinaria se dirigía al único fin de lograr un resultado que cortase la respiración. Entonces, con su política del “pastel” el orondo director alcanzaba el gran sueño de todo cineasta: construir un mundo orgánico y tangible en el que el espectador pueda vivir y morir. A menor preocupación por buscar la realidad, el resultado era más real. La gran paradoja. Alfred Hitchcock fallecía en 1980 en Los Ángeles. Ese mismo año nacía en Madrid un chico llamado Carlos Vermut que, 34 años después firmaría una maravilla llamada “Magical Girl” con la misma mirada oscura que el viejo Alfred apoyaba en el visor de su cámara.

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Carlos Vermut firma su segundo largometraje tras “Diamond Flash”, esa obra de culto low cost que nos enseña lo lejos que se puede llegar con un guión glorioso. Lo hace con una historia en la que se mezcla mundo manga, enfermedades mentales, niñas con cáncer, José Sacristán y Manolo Caracol. Seguro que la fórmula no la habrán oído nunca. Tampoco la volverán a escuchar, porque eso es lo que hace tan estimulante la propuesta cinematográfica de Vermut. El ilustrador pinta en “Magical Girl” un cuadro que nunca hemos visto antes. Cada trazo del dibujo que se esconde bajo el filme resulta de un movimiento de muñeca que no obedece a normas, ni conoce de autoridad alguna más que el mero deseo de hacer cine.

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Luis (Luis Bermejo) intenta hacer realidad el último deseo de una hija con cáncer (Lucía Pollán), Bárbara (Bárbara Lennie) vive en una constante lucha contra sus trastornos mentales y Damián (José Sacristán) sufre el tormento de un pasado que no le deja escapar. Tres historias. En apariencia tres hilos que forman una madeja, pero en esencia tres madejas que forman un hilo. Un hilo que embriaga y arrastra. Cada minuto de metraje de “Magical Girl” es tan seductor, como desgarrador. La sobria apariencia del filme se convierte en el ejercicio estilístico más majestuoso que el cine nos ha ofrecido en varios años. El arte de la sugerencia elevado a la enésima potencia logran que nuestra excitación aumente según se suceden los impecables planos de la obra. Todo esta en su sitio, pero nada lo está. El orden impera hasta que uno de los personajes muestra su mirada o abre la boca para recitar unos diálogos que bien merecen el precio de la entrada.

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A la sensación de que a penas podemos hacer pie entre tanta desolación contribuyen, en buena medida una plantilla de protagonistas a los que el término “perfección” no les hace honor. Lennie, Bermejo y Sacristán logran interpretaciones seductoras. De esas que atraen como canto de sirena para golpearte sin piedad, porque hay rotunda realidad en la “Danteniana” lírica de Vermut. La realidad no pretendida de un mundo en el que “La Colmena” vale lo mismo que un folleto de tres al cuarto. La más pura y espontanea. La que impregna el pecaminoso trozo de pastel llamado “Magical Girl”.

Héctor Fernández Cachón

@HectorFCachontwitter3