Crítica: “Magia a la Luz de la Luna”

32

Nota: 7

Sonaba aquella canción de George Gershwin… ¿Cómo se llamaba? Si. Ya saben. Esa que suena como si a Nueva York le quitasen el ruido de la gente, de los coches y todas esas cosas… ¡Ah! ¿Ya me acuerdo! “Rhapsody in Blue”. Eso es. Todavía recuerdo la noche en la que conocía a Woody Allen. Sonaba “Rhapsody in Blue”. Con nostalgia y cierto romanticismo sitúo aquella primera cita con la silueta de Manhattan recortada en horizonte. Desde entonces, ninguno de los dos hemos faltado a nuestra cita anual. Unas inolvidables, otras “solo” maravillosas, pero todas ellas satisfactorias y semilla de un agradable recuerdo. Tras los acordes tristes y melancólicos de “Blue Moon” y “Blue Jasmine”, la luna no es azul esta vez. Se antojaba necesario hacer un “Scoop”. Después de la lúgubre luna azul lo propio era una luna mágica, con la que el menudo director vuelve a conquistarnos.

DSCF9550.RAF

Así llegamos a “Magia a la Luz de la Luna”. La forma de narración mostrada no sorprenderá a nadie. Tampoco lo pretendemos. Al sentarnos a disfrutar de una cinta del director, solo queremos encontrarnos a nuestro viejo amigo. Vuelve la magia tan recurrente en su filmografía. Un ilusionista inglés (Colin Firth) viajará hasta el sur de la Francia de los 34años 20 para desenmascarar a una falsa médium (Emma Stone) que no hace más que sacarle el dinero a los adinerados de la zona. A partir de ahí, las constantes luchas internas del género masculino, la batalla entre la razón y la metafísica y la facilidad para sacudir los pilares de cualquier hombre con la mera belleza y seducción de una mujer.

Muy pocos mortales han entendido la vida como lo que es. Mejor dicho, pocos han “no entendido” la vida como el genial director. La desesperación inherente a la mera existencia y el empeño en buscar orden dentro del desorden llevan el rostro, en esta ocasión del genial y racionalista Colin Firth. Esa lucha contra la entropía que lleva una y otra vez a la misma conclusión de que, al final, la sala de máquinas no está en el cerebro, sino treinta centímetros más abajo. “Que injusta es la vida. Sin cometer ningún delito estás condenado, de antemano a la pena de muerte”, comenta el personaje de Firth en un momento de la cinta. Tal angustia solo puede ser tapada por el amor en sus distintas vertientes. Eso es lo que Woody lleva diciéndonos desde hace casi cinco décadas. Es lo que seguirá mostrando con cómica angustia en los años de cine que le queden. Lo que ocurre es que, por más que lo repita, nunca nos cansaremos de escucharle.

_TFJ0034.NEF

El tiempo hará que “Magia a la luz de la Luna” sea recordada como una de las obras “menores” dentro de la inmensa filmografía de Allen. No es “Manhattan”, ni “Match Point”, pero nunca pierdan de vista que una película “menor” del bueno de Woody es, lo que en el curriculum de cualquier otro se consideraría “obra maestra”. Todavía recuerdo aquella noche en la que conocí a Woody. Sonaba aquella canción de George Gershwin. “Rhapsody in Blue” se llamaba… ¿O era “Blue Moon”?

Héctor Fernández Cachón

@HectorFCachontwitter3