Crítica: “La Señorita Julia”

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Nota: 5,5

Si le dedicamos la debida atención a los habitantes de nuestro planeta, la primera reflexión válida que podemos obtener es que se dividen en dos grupos: personas malas y personas que se equivocan. La diferencia entre unas y otras radica en la reacción ante muestras de “villanía” propias. La ausencia de peso, responsabilidad o culpa de las primeras contrasta con el remordimiento de las segundas. Esto es así hoy, lo será dentro de cien años y lo era en el siglo XIX. Si no, que se lo pregunten a Liv Ullmann. La actriz que un día sedujo al enorme Ingmar Bergman hasta el punto de protagonizar nueve de sus largometrajes (especial recuerdo para la sensacional “Persona”) ha dedicado estos últimos años a colocarse tras las cámaras para demostrar que su talento no tiene límites. “La Señorita Julia” es la última de esas muestras. a partir de la rotunda y atemporal obra de August Strindberg, Ullmann construye una intensa adaptación cinematográfica impregnada de gente mala y gente que se equivoca, pero sobre todo, de culpa.

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“La Señorita Julia” es teatro rodado. Partamos de esa inamovible base. Ullmann no muestra la más leve intención de distanciarse de la obra original en que se basa. Tampoco de lavarle la cara a algunos de los pasajes de la cinta en la búsqueda por subrayar sus elementos más vanguardistas. Cuando has llegado a lo más alto en tu carrera y acabas de cumplir los 75 años, estás de vuelta de todo. La directora no pretende hacer nada que vaya contra su amado Strindberg, MISSJULIE_0412_0101.neflo que probablemente resulte el mayor problema del filme. Tal es el empeño en someter a los protagonistas a un sufrimiento desgarrador, que olvida atender a cuestiones de ritmo y, sobre todo a cuestiones de oxígeno.

“La Señorita Julia” transcurre entre las cuatro paredes de una mansión. Más concretamente, en sus cocinas. Es e es el contexto en el que la insana Señorita Julia (Jessica Chastain) inicia un peligroso juego de seducción con un mayordomo (Colin Farrell) obnubilado por el aura y la mistificación de una figura a la que siempre ha soñado inalcanzables. Más que el peso de las clases y la lucha entre estas, la cinta emana el amargo aroma que desprenden los que luchan contra si mismos. Esas personas que arden por dentro ante la represión de sentimientos “imposibles”. Una represión que muta en enfermedad, en dolor, en ira y en salvaje violencia. Ahí es donde mejor se maneja una Jessica Chastain que se adueña de la cámara sin grandes dificultades. Es la suya una interpretación rasgadas de dolor, perturbada de mente y desesperada en sus gestos. No puede haber más verdad en cada mirada de la enorme actriz. Ante eso, Colin Farrell hace lo que puede, ofreciéndonos una de las interpretaciones más acertadas de su carrera, pero sin llegar al nivel exigible. Farrell controla sus peores defectos como actor durante la mayor parte del metraje, pero en un segundo acto donde la cinta se viene abajo, el bueno de Colin es incapaz de gobernar su tendencia a la mueca.

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No es despreciable el ejercicio que propone Ullmann. Teatralizar el cine ha dado buenos resultados en más de una ocasión, pero rara vez durante unos excesivos 130 minutos. Poco espacio para demasiado tiempo. Hay es donde está cerca de desangrarse una película de provoca, por momentos cierto tedio y desapego con los protagonistas. Catorce años después, la musa de Bergman parece haber perdido la lírica y la sutileza de aquellas personas malas y que se equivocaban constantemente en aquella maravilla llamada “Infiel”.

Héctor Fernández Cachón

@HectorFCachontwitter3