Crítica: “La Gran Familia Española”

Cincuenta años han pasado desde que, allá por 1962, Fernando Palacios hiciese su particular retrato de la familia española. En la inolvidable obra “La gran familia” se realizaba un acercamiento en clave de comedia al escabroso mundo familiar de la época, edulcorado con un guión amable y con las entrañables interpretaciones de los inolvidables Alberto Closas, José Isbert o José Luis López Vázquez. Por aquel entonces el género era obligado. Se apretaban los puños mientras se sonreía y se ponía buena cara. Cincuenta años han pasado, pero la familia no ha cambiado nada. Vale que el individuo tomado de forma particular es irreconocible, pero si lo sentamos a la mesa con padres, hijos, sobrinos, hermanos y abuelos, el entorno es el propicio para desatar las más hermosas, crudas y sórdidas pasiones. Así es y siempre será la familia. Daniel Sánchez Arévalo lo sabe. El magnífico director y guionista siempre ha demostrado que no camina por el mundo mirando al suelo. Sánchez Arévalo se para y observa a la gente. La observa por la calle, pero también cuando está sentado las tardes de domingo en el sofá de su casa. Solo así es posible desarrollar tan inmejorable tesis sobre el concepto de “familia”.

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“La gran familia española” es el cuarto largometraje de Daniel Sánchez Arévalo. No es tan cruda como “AzulOscuroCasiNegro”, ni tan blanca como “Primos”, pero no se crean que esto es un defecto. Nada más lejos de la realidad. Esta es su gran virtud. El refinamiento argumental va un paso más allá, alcanzando un nivel que solo puede verse entre los más grandes. El director madrileño nunca se ha caracterizado por tomar el camino más sencillo, pero en esta ocasión abandona si ninguna clase de temor la seguridad que ofrece el caminar por la senda del drama o de la comedia pura para colocarse sobre la cuerda floja que supone desarrollar una historia tan agridulce como la de “La gran familia española”. Si no hubiese nacido en España lo habría hecho en Montreal y se llamaría Jason Reitman, pero que se fastidien: Daniel Sánchez Arévalo es nuestro.

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En “La gran familia” el contexto para reunir a tan variopinto grupo de individuos no era otro que las celebraciones navideñas. “La gran familia española” opta por tomar una boda como punto de partida. Todo un filón. Nadie puede escaquearse en un evento de tal calibre. ¿Qué puede haber más primario que las pasiones que se desatan cuando se está rodeado de la familia? Pues si eres español, hay una cosa: el fútbol. Otra vuelta de tuerca más. Otro elemento desestabilizador. Hagamos que todo suceda la misma noche en que la selección española de fútbol se juega la final del mundial. Ya tenemos la guinda y la excusa para hablar del último elemento que se puede encontrar dentro de toda familia que se precie. Hablamos de la indiferencia de esos actores de reparto que son los “familiares de cumplir”. Esos no nos interesan, pero también había que hablar de ellos. Si hablamos de la familia, hablamos de todos. Así se hacen las cosas, amigo Arévalo. Metidos en gastos…

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Los novios se situan frente a frente mientras ignoran que, a sus espaldas, un grupo de personas esperan a que cualquier chispa desate las hostilidades latentes… y se desatan. ¡Vaya si lo hacen! Problemas, rencores, secretos y amores van encontrando el momento ideal para salir a la superficie de manera más o menos traumática. Ya se sabe que donde hay confianza da asco. “La gran familia española” es todas estas cosas, lo que pasa es que, por encima de todo, tiene mucha clase en cada minuto de su metraje. Sí, vale. Las relaciones familiares son complicadas. A veces son incluso agotadoras, pero es el peaje a pagar por querer a alguien y que te quieran. Esto es lo que hace tan grande a la cinta. Esto es lo que hace tan grande a la familia. Hay demasiadas cosas buenas como para solo quedarse con las miserias. Si luego se suelta frente a las cámaras a Quim Gutierrez, Antonio de la Torre, Veronica Echegui, Roberto Álamo (inmenso), Héctor Colomé y compañía, el resultado no puede ser otro que la mejor película nacional del año.

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Tras disfrutar la película uno se va a dormir más tranquilo. Con gente como Sánchez Arévalo nuestro cine está a salvo. Es la gran película española. Es como la vida misma. Imposible no empatizar cuando a un servidor también le enseñaron a querer, desde su infancia a “Siete novias para siete hermanos”.

 

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  1. Antonio Luis Pamos septiembre 11, 2013