Crítica: “Ira”

Nota: 7,5

El mundo es de los valientes. Que tiene un par de pelotas es lo mínimo se puede decir que cualquiera que decida lanzarse a desarrollar un largometraje en estos tiempos que corren. Si además de embarcarse en tamaña empresa, encima resulta que lo haces sin ningún tipo de complejo, el resultado no puede ser otro que un filme tan sumamente atractivo como Ira, la ópera prima de Jota Aronak.

Con una curiosa puesta en escena en la que se mezclan retazos de un falso documental con su supuesta versión cinematográfica, Ira nos lleva a una insana disección de la violencia y de la justicia en su forma más primitiva. El padre de un chaval asesinado es el vehículo ideal para construir un filme en el que seguimos al hombre y a un periodista en el diseño del asesinato del verdugo del joven. La excusa de algo pequeño para hablar de algo grande. El retrato de una obsesión.

Como toda ópera prima, Ira no está exenta de ciertos fallos, si bien es cierto que ninguno de ellos menoscaba el sensacional resultado final. El bueno de Jota Aronak no sería de este mundo si empezase haciendo Ciudadano Kane. En cualquier caso, los excesivos montajes de secuencias para el impulso de la trama o algún secundario desatinado son pequeños peajes a pagar si quieres disfrutar de una hipnótica trama en una de las películas mejor dialogadas que el aquí firmante ha visto.

Efectivamente, Ira no es de esas películas que se plantan en 400 salas con el firme propósito de amasar millones y millones de euros. Desgraciadamente, la recaudación no siempre es directamente proporcional a la calidad de la obra. En cualquier caso, como firmes defensores de la originalidad, del talento y del valor, nuestra obligación como espectadores no es otra que la de darle una oportunidad a esta joyita para que crezca como merece.

Héctor Fernández Cachón