Crítica | “Ida”

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Bergman, Dreyer, Bresson… Hemos hablado de ellos por aquí en algunas ocasiones. Grandes directores que encontraron un estilo propio y una forma única de narrar historias. Estos tres cineastas se diferencian de otros más o menos grandes del cine por haber seguido siempre (o casi) su camino, por mantenerse fiel a una idea estética, discursiva y artística. Arte, eso es lo que buscamos en el cine, y estos tres creadores se tomaron muy serio su labor. Pero hoy no es día de criticar la mierda que se estrena día tras días en las salas de todo el mundo. Hoy, y en relación, a la película Ida, toca otra reflexión.

Fue con Under de Skin, cuando comentamos el asunto de las influencias en el cine. Cuando estas son demasiado evidentes, la película no suele funcionar. En Ida pasa algo parecido. No quiero otro Bresson, otro Bergman ni otro Dreyer. Ya existen, no necesitamos más. Lo que necesita el cine son nuevas ideas, nuevas propuestas estéticas, asumir riesgos formales y narrativos. Eso es lo que yo busco en el cine. Y creo que es lo que una disciplina artística reclama constantemente: renovación, búsqueda, desafío.

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Ida es atractiva desde el punto de vista formal, pero no impacta, no emociona. Veo Los comulgantes, La pasión de Juana de Arco, Dies Irae, etc. Y ya las he visto. Además de criticar cine, aquí también criticamos un poco a los espectadores. Ellos (nosotros) tenemos mucha culpa del tipo de cine que se hace en la actualidad. Si se responde positivamente ante películas malas, la industria no tiene razón para cambiar. Ida no es mala, pero tampoco es buena.

Lo mejor de la cinta de  Pawel Pawlikowski  es su reflexión histórica. La búsqueda de los restos mortales de una familia de judíos asesinados en los albores de la II Guerra Mundial, sirve a Pawlikowski para investigar sobre la barbarie desde un punto de vista original. Los nazis no fueron los únicos culpables de aquella matanza. Tendemos a ver, de forma muy pueril y autoindulgente, que el Holocausto fue solo cosa de una decena de locos comandados por Hitler. Es lo más cómodo. Ellos eran la encarnación del diablo, y todos los demás solo fueron víctimas. Los que miraron para otro lado, los que se aprovecharon de la situación… Todos ellos fueron arrastrados por la barbarie. Nadie tuvo culpa de nada. ¿O no?

Situaciones críticas como las que se dieron durante la II Guerra Mundial saca lo peor de la naturaleza humana. Para sobrevivir el ser humano es capaz de muchas cosas. ¿Se puede justificar cualquier acción con tal de sobrevivir? No, no se puede.

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Es con lo que nos quedamos de esta pequeña película llamada Ida, triunfadora el año pasado en diversos festivales europeos, incluyendo el galardón de mejor película en Gijón. Pero además de las influencias expuestas sin pudor, cuyo objetivo es, precisamente contentar al espectador menos exigente y nostálgico (en este caso nostálgico de cine europeo clásico), la película no convence en la construcción de sus dos personajes principales. La monja y la fiscal. Las miro y no veo personas, sino personajes. Personajes creados para seducir al espectador. Cuando el truco es demasiado visible, la cosa no funciona.

Especialmente cansina resulta la fiscal bebedora, acumulación de tópicos un tanto aburridos. Tampoco la monja despierta mucho interés. Como decimos, es la infectada herida histórica, mostrada desde un prisma original, lo que eleva un poco la categoría de esta película. El desenlace, no obstante, es notable. Los dos personajes, se convierten en personas. Una se da por vencida (al estilo de uno de los personajes de La mejor juventud, aquella maravilla italiana de hace unos años) y la otra toma una decisión. “¿Y después?”, pregunta al saxofonista… No le convencen las respuestas. Prefiere buscarlas en otra parte…

Lo Mejor: la reflexión histórica. El final.

Lo Peor: las referencias formales y la construcción de los personajes principales.