Crítica: “Fury (Corazones de Acero)”

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Nota: 6,5

Un reciente estudio apadrinado por Bill Gates arrojaba unos datos realmente espeluznantes. Según este, casi medio millón de personas perdían la vida cada año entre las garras de un sanguinario animal. Podríamos pensar que se trata de tigres, tiburones o serpientes, pero la terrible realidad es que ese animal se llama ser humano. Efectivamente, tenemos la estúpida costumbre de matarnos entre nosotros. Tradicionalmente se nos da bastante bien el derramar la sangre de nuestros congéneres por motivos que suelen rallar lo absurdo. Hace una semana, la barbarie llegaba a las calles de Francia para asestar un golpe directo al mentón de la libertad de expresión en la redacción de la revista satírica “Charlie Hebdo”. Nada menos que 17 personas inocentes perdían la vida ante la conmoción de un mundo libre que ponía su mirada en París. Mientras tanto, el cielo amanecía rojo en Baga. La ciudad del noroeste Nigeriano, casi en la frontera con Chad recibía la “visita” de un grupo de milicianos de la organización extremista islámica Boko Haram. La sangre de 2.000 personas regaba suelo africano por enésima vez. También por enésima vez, el mundo no se daba ni cuenta. Si los humanos deshumanizados caminan a sus anchas estos días, en aquellos tiempos en los que el mundo perdió la razón, ni os cuento. Esos momentos en los que en el corazón de Europa se desató el terror por los caminos pisados por el tanque de “Fury”.

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La Segunda Guerra Mundial es una de las grandes vergüenzas de la historia, pero también uno de los mayores orgullos del cine. El hecho de que la libertad terminase por imponerse a la tiranía siempre ha sido una inspiración para una industria ávida de héroes. El problema es que, como bien sabe David Ayer, la conquista no se logró a base de besos y flores. Cada día a lo largo de casi una década (los cuatro años de conflicto oficial solo fueron la cresta de la ola) el infierno se desataba. Un infierno que el director y guionista ha querido retratar en una película que, 3desde su primera secuencia nos muestra lo que vamos a presenciar: Hombres cazando a hombres.

Los cinco individuos que manejan el tanque que da título a la película ya no recuerdan lo que es la humanidad. Saben que cualquier sonrisa o momento de felicidad es efímero. Todo son cuidados paliativos para almas que llevan demasiado tiempo clínicamente muertas. David Ayer no quiere retratar soldados o banderas. Tampoco hay héroes en su historia. Brad Pitt, Shia LaBeouf, Jon Bernthal y Michael Peña son irrecuperables para el mundo. Son las exigencias de la guerra. Ni tan siquiera el joven personaje al que da vida Logan Lerman es capaz de salvar su alma. No puede. Solo queda cerrar los ojos y disparar.

Así transcurre gran pare del metraje de “Fury”. La deconstrucción humana es el centro de una película a la que le falta jugárselo todo a la carta del descenso a los infiernos para ser memorable. Cuando a su director le tiembla el pulso en esa idea es cuando el resultado se vuelve convencional. Para esa propuesta no hacen falta partituras épicas ni batallas memorables. Mucho menos un clímax que, sin dejar de ser emocionante, no deja de parecernos innecesario y francamente absurdo.

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Los problemas de “Fury” no están en lo que es, sino en lo que pudo haber sido. Calificar como gustoso entretenimiento una película que en muchos momentos parece caminar hacia la leyenda se antoja un botín demasiado escaso. Buen trabajo el de David Ayer y un reparto que nos han venido a recordar la triste realidad de que la gente mataba y sigue matando a otra gente, pero a la que le habríamos agradecido que llevase a las últimas consecuencias el acento sobre el germen del problema: Humanos que se olvidan de ser humanos.

Héctor Fernández Cachón

@HectorFCachontwitter3

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  1. gaston vega enero 28, 2015