Crítica: “Frank”

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Nota: 7

¿Les suena el maestro Sixto Rodríguez? Probablemente solo reconocerán el nombre de este sensacional músico si en su camino se cruzó esa magnífica obra titulada “Searching for Sugarman”. Sixto sonaba como los ángeles. Podría haber sido una especie de Bob Dylan si no fuese porque el destino y la suerte tenían reservados para él un futuro mucho más modesto, con una vida corriente y una existencia humilde. Trabajaba duro para conseguir un sueldo a penas suficiente para vivir. Ello no sirvió para que el sensacional músico sufriese frustración alguna. Sixto no necesitaba de reconocimiento o fama. Sentarse en su casa o con unos amigos a tocar la guitarra y a cantar sus temas era suficiente. Talento le sobraba y su amor por la música era tal que nunca le pidió nada mas que eso. El mero hecho se sonar entre las cuatro paredes de su habitación era suficiente felicidad. Lo mismo le ocurre al peculiar grupo de músicos de la película que hoy centra nuestra atención, especialmente de su líder “Frank“.

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Van un violador de maniquíes, una neurótica y un tipo que nunca se quita su cabeza de cartón-piedra … Puede sonar a principio de chiste, pero es la premisa de “Frank”. Todos ellos forman un grupo musical, como mínimo disfuncional. Y en este contexto irrumpe un joven aspirante a músico y enfermo de las redes sociales. Joe (Domhnall Gleeson) ve la oportunidad de lograr sus sueños cuando el destino le brinda la posibilidad de sustituir al chalado teclista del grupo. Así las cosas, el joven pasa a formar parte del excéntrico grupo para descubrir paulatinamente el clima surreal en el que viven. Mientras el chico trata de encontrar su propio sonido, va descubriendo32 poco a poco el arrebatador talento de “Frank” y su banda, capaces de crear piezas musicales de la nada.

Las cosas siempre suelen ser lo que parecen. La banda de Frank (cuyo nombre es impronunciable) es exactamente lo que parece: Un grupo de personas con goteras que encuentran la felicidad de sus vidas en su peculiar talento canalizado hacia la música. Aman lo que hacen y como viven. No desean más. Y ahí es cuando los planetas chocan. En el instante en el que Joe ejerce de “sociedad” y se empeña en transformar lo peculiar en vulgar. Lo que busca el chico poco tiene que ver con lo que busca la banda. Es incapaz de darse cuenta de que un millar de personas aplaudiéndote no te convierten en artista. El talento habita en los lugares más recónditos y la cabeza de cartón-piedra de Frank es uno de ellos. Lo es, entre otras cosas porque dentro de ella hay un actor llamado Michael Fassbender al servicio de una complicada empresa llamada “interpretación”. A este tipo le da igual pasarse media película en pelotas (“Shame”), actuar en una superproducción (“X-Men”) o pasarse toda una película ocultando su rostro. La entrega y la pasión que siente hacia su profesión logran que nos quitemos el sombrero de nuevo con “Frank”.

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Así transcurre una de las sorpresas más gratas del año. Una pequeña joyita underground que enfrenta a talento y mediocridad en un surrealista viaje desde las praderas irlandesas hasta tierras estadounidenses. Frank y su banda son, ni más ni menos que esos noctámbulos del cuadro de Hopper viviendo ensimismados en su peculiar talento la constante noche. Nadie sabe de su humilde grandeza, pero ellos no necesitan más.

Héctor Fernández Cachón

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