Crítica de “Los Juegos del Hambre: En Llamas”

NOTA: 7

El sexo con uno mismo deja ciego, ya no existen valores, el cine ya no es lo que era, segundas partes nunca fueron buenas… Como diría aquel inolvidable personaje de Dickens “¡Paparruchas!”. En todas las frases que hemos apuntado hay dos ideas latentes básicas. Por un lado el prejuicio como modo de vida y doctrina básica. Por otro el romanticismo corrupto, entendido como resistencia enfebrecida al paso del tiempo con una idealización de momentos, circunstancias y elementos pasados evidentemente mas pobres en todas sus dimensiones que los actuales. En la actualidad se ha probado empíricamente que la búsqueda del “autoplacer sexual” (somos unos maestros del sinónimo) no provoca la perdida definitiva de visión, que los valores existen y progresan adecuadamente (lo que pasa es que la sociedad es más exigente), que el cine sigue siendo maravilloso y, gracias a películas como “Los Juegos del Hambre: En Llamas”, que segundas partes pueden ser buenas e incluso mejores que las originales.

Lo primero que se puede apuntar tras asistir a la proyección de la cinta es que no conviene ya compararla con otras exitosas sagas adolescentes protagonizadas por hombres lobo vigoréxicos y vampiros lloricas. Si alguna duda quedaba tras la primera entrega de “Los Juegos del Hambre”, ahora ha sido definitivamente despejada. En aquella ocasión la gran bondad del filme era el carisma de unos personajes correctamente construidos y lo trepidante de una situación de supervivencia límite. Ahora, eliminada la segunda parte de la ecuación, “Los Juegos del Hambre: En Llamas” se enfrentaba al duro reto de seducir al espectador durante casi dos horas y media de metraje. La misión recaía en manos de un director Francis Lawrence (“Soy Leyenda”, “Agua para Elefantes”) que ha descubierto con habilidad la clave para hacer de la saga algo realmente atractivo: incendiar la pantalla.

3

El incendio que propone el director tiene varios focos. La lucha interna y torrente de emociones de que hacían gala Katniss (Jennifer Lawrence) o Peeta (Josh Hutcherson) en “Los Juegos del Hambre” mutan y se potencian en esta segunda entrega, pero dejan de existir solo ellos. Un reparto anteriormente desaprovechado se exprime aquí de manera más que digna. Woody Harrelson, Stanley Tucci, Donald Sutherland o Elizabeth Banks se enfrentan ahora a personajes comprensibles. A individuos matizados. Si además les añadimos al grandísimo Philip Seymour Hoffman la cosa se pone ya seria. Mención especial merece Jennifer Lawrence. La chica en llamas. Magnetismo puro. Acaba de ganar un Oscar y tengan por seguro que no será el último. Desde la magnífica “Winter´s Bone” no para de brindarnos interpretaciones que quitan el hipo y la de Katness Everdeen no es una excepción.

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En “Los Juegos del Hambre: En Llamas” encontramos una madurez hipnótica. Ahora el conflicto se abre. Estamos ante algo mucho más grande y trascendente. Suenan tambores de guerra. Flota algo en el aire que no existía en la primera cinta: aires de revolución. Pese a que la hora que nos pasamos en la 75 edición de Los Juegos del Hambre decae el interés de la obra, esa esencia sigue impregnándolo todo. La reprimida y sufridora sociedad le ha otorgado a Katniss Everdeen un papel para el que no está preparada. No es el papel de heroína o de líder. Es uno mucho más complicado. Katniss y su sinsajo son su símbolo. Son la bandera de su revolución.

6

No debemos darle a “Los Juegos del Hambre: En Llamas” más de lo que merece, pero tampoco menos. Nos regala media docena de frases no aptas para diabéticos y el hecho de volver a la Arena de “Los Juegos” carece del efecto salvajemente dramático de que hacía gala su predecesora. En todo caso no es menos cierto que el tiempo vuela sentado en la butaca de cine y, lo que es mejor, uno no se va con la sensación de que le hayan tomado por bobo. Ahora si podemos decir que esperamos con cierta ansia la próxima entrega, porque terceras partes también pueden ser buenas.